10/May/2024
Editoriales

Dios no quiere ser policía

Con las muertes de George Floyd en Minnesotta y Giovanni López en Jalisco se despertaron sentimientos generalizados de dolor y de ira. A muchos les dolió estos actos evidentes de discriminación racial y clasismo criminal. Muchos otros reaccionaron iracundos cuando vieron los videos del sometimiento policial a Floyd con tanta brutalidad que terminaron asesinándolo por asfixia. De Giovanni no hubo grabación, pero testimonios hay de que lo golpearon con tubos hasta acabar con su existencia. 

La vida me dio la oportunidad hace unas tres décadas de trabajar en una posición de gobierno de la cual dependía directamente la seguridad pública del Estado. En el trato cotidiano con el director y sus agentes, pude ver de cerca lo difícil que es ser un buen policía. 

Que debe tener apariencia aliñada, capacitación evidente, y buen trato con el público. Su talante en las calles debe ser de fortaleza y respeto a los derechos humanos de todos, y al mismo tiempo imponer la observancia de la ley. Dominar a los sospechosos, pues de no poder hacerlo, la paz en la calle desaparece, y no siempre es cosa sencilla; se juega la vida a cambio de un salario bajo.  

Desafortunadamente la fórmula que mejor funciona para conseguir todos estos propósitos es que un policía inspire el suficiente temor -pero no demasiado- a los posibles delincuentes y al público mismo. La gente debe sentirse protegida y al mismo tiempo atemorizada en cierta medida para que haya un respeto indiscutible. Desde luego que en estos dos famosos casos en Estados Unidos y en México, así como en muchísimos otros, también hay agentes abusivos y corruptos. Pero es tan difícil ser un buen policía, lograr que la gente lo quiera porque lo necesita y le tema, al grado de que vale preguntar: si Dios no quiere actuar como policía… ¿quién querría ser honrado?