En una noche de otoño y luna llena, donde todo lo existente tiene un propósito y el tiempo transcurre a su velocidad habitual, nada ocurre, nada pasa aún. Sin embargo, conforme avanzan las horas de la madrugada, el viento deja de soplar, desplazándose sigilosamente, como queriendo esconderse de lo que viene, de lo que muy pronto llegará; llegando primero un silencio, en el cual, pareciera que todo se detiene, nada más es visible ni audible, no se alcanza a escuchar ningún ruido, ni el vuelo de un zancudo, ni el caminar de un lobo, ni la caída de las hojas, todo, ¡todo parece detenerse y enmudecer por un instante!.. hasta que, ese gran silencio es abruptamente interrumpido por el aleteo de mágicas criaturas, seres nocturnos que habitan las cuevas cercanas al lugar, quienes, en medio de su timidez salen a cazar mosquitos para poder sobrevivir y su ruido, ese que todos conocen como el sonido de los murciélagos, se hace presente, acompañado segundos más tarde por el repentino canto de una lechuza, ambos, ruidos tenebrosos que anuncian la llegada de una mujer de nariz ancha, encorvada y larga -tan larga como un plátano- que viste ropaje negro y sombrero puntiagudo. Ella danza entre las dimensiones con precisión, nada la detiene, es libre e inmensamente feliz y puede ver lo visible, pero también lo invisible, aquello que es oculto para el ojo del humano común, porque la sensibilidad que posee es extraordinaria y le alcanza para detectar cualquier criatura sobrenatural. Tan solo con su presencia es capaz de doblegar a todos los seres a su alrededor y cuenta con la capacidad de moldear cada uno de los elementos: Fuego, Agua, Aire, Tierra y ¡relámpagos! Es la señora de la gran sabiduría, de los conjuros y los hechizos, la anciana arrugada de pies a cabeza cuya piel se percibe verde y esa enorme verruga que se aferra a su nariz acentúa más su fealdad. Cuando no le sobra tiempo, presurosa monta una escoba para poder volar, es su principal instrumento con el que también barre los malos tiempos y ahuyenta las tempestades. Esa misteriosa mujer, sabe hacer muchas cosas, pero es experta en curar las lesiones de la gente, porque la magia de la vida le permite sanar heridas de poca importancia con rapidez.
¡Es una Bruja!... de las que pueden ver al universo en una bola de cristal y a las que los gatos negros –con fidelidad- persiguen sus pasos.
“Las brujas, son el símbolo del poder espiritual femenino. Desde ese nivel simbólico, la bruja es una figura que destaca la idea del empoderamiento femenino y la sabiduría ancestral, pues es la mujer que busca el conocimiento, las nuevas ideas y métodos de aprendizaje (incluso, si éstos resultan poco ortodoxos), así como busca diferentes formas de comprender y honrar la naturaleza sustentadora del ser humano.
La bruja es la mujer arquetípica que comparte y aprende con otras mujeres; transgrede las normas que rigen la sociedad patriarcal; es la mujer que utiliza los utensilios del hogar (que después representarían símbolos de servidumbre doméstica) y los convierte en los canales de la libertad femenina: por ejemplo, el caldero transformador de la materia”.
Lejos del bosque y dentro de la gran ciudad, las brujas de hoy se dedican a sus “Brujerías” entre cocinar la cena para los niños y planchar las camisas de su marido. ¿Qué las convierte en Brujas? Simplemente aquellos grandes conjuros y hechizos que saben hacer.
Entre los conjuros más frecuentes y de gran importancia tenemos el conjuro de la plata, muy conocido por todas y cuyas palabras hacen eco por la mañana, a medio día y al anochecer… “Que me alcance el dinero, que rinda y que pueda comprar todo lo que mi familia necesita: leche, carne, pan, tortillas, aceite, café, lentejas, etc. Después de conjurar esas sabias palabras, van de compras y se hace la magia
En su gran bola de cristal –todas ellas- pueden descubrir en un abrir y cerrar de ojos aquello que hizo el marido, los hijos y hasta lo que la vecina pensó. Frecuentemente dicen: ¡Lo sé todo!... ¡lo sé tooodo!
Su hechizo transformador las convierte en bellas mujeres después de pasar por el rímel, el delineador de ojos, la sobra de párpados y el lápiz labial. Nunca salen a la calle sin unos “jeans” ajustados y esas zapatillas de tacón que combinan a la perfección con la hermosa blusa ligeramente escotada que las hace lucir con un toque de sensualidad único.
Son mujeres muy sabias, saben de economía, psicología infantil, administración de los recursos en el hogar, enfermería y herbolaria -tienen un té para cada ocasión, para los nervios, para el estrés, para dormir tranquilos, para desinflamar- y para cuando quieren platicar con las amigas, el té de hierbabuena, no puede faltar. Dominan el fuego al cocinar y controlan el agua al lavar todo lo que esté sucio en su hogar.
Las brujitas del siglo XXI suelen ser amistosas y todas tienen una escoba con la que barren y barren sin parar.
Para ser una buena bruja no se necesita tener una verruga nasal ni ponerse un sombrero de cucurucho, tampoco es necesario tener un gato negro o la piel arrugada, solo hace falta contar con la sabiduría de la vida, con aquellas experiencias buenas o malas que van dando forma y sentido a lo que acostumbramos llamar “existencia”.
La magia del amor, definitivamente está presente en la vida de las mejores hechiceras, ellas aman la vida, la naturaleza, se aman a sí mismas y a los demás. Les ocupa el bienestar ajeno y nunca dejan de honrar las buenas acciones. Su abrazo es mágico, por no decir tremendamente consolador. Son fieles a sus ideales y pueden predecir el futuro al afirmar que “Mañana será un buen día” o que después de la tempestad llegará -sin duda- la calma.
Por todo eso, incluyendo mucho más, me considero entre una de ellas, no me molesta que me llamen ¡Bruja! y con gusto me subiría a una escoba para poder volar.
Dedicado a todas las brujas del mundo, incluyendo a mis amigas.