La oratoria y la escritura estuvieron ligadas íntimamente en sus orígenes. Antes se acostumbraba que los discursos se pronunciaran de memoria, o recitados, por lo que se estudiaban (macheteaban) muy bien.
En los escritos se consideraban las cinco partes básicas de la oratoria: inventio, dispositio, elocutio, memoria y actio.
El propósito de las marcas de puntuación no era ayudar a la comprensión, sino guiar a los que leían en voz alta ensayando un discurso.
En latín, una pregunta se indicaba por la palabra questio al final de la oración. Y esta palabra questio se abrevió como QO pero como esta QO se podía confundir con otras abreviaturas, los escribas colocaban la Q sobre la O, y con el tiempo la Q se convirtió en un garabato y la O en un punto, naciendo así el signo de interrogación (?). Este signo indicaba una pausa y una inflexión ascendente de la voz.
Aldo Manuzio publicó en 1566 el primer libro de normas de puntualización estándar que incluía el punto, la coma, los dos puntos, el punto y coma, así como el signo de interrogación.
Actualmente, la oratoria continúa vinculada a la escritura, pues los discursos serios y puntuales generalmente se leen, a menos que el orador sea un gran memorista, mientras que los discursos emotivos deben ser improvisados.