Editoriales

Duro contra los traidores

 

Hay cosas que duelen y se pueden perdonar. Pero hay otras como la traición, que hierven la sangre y exigen castigo ejemplar a quien traiciona; existe cualquier cantidad de hechos de sangre por ese motivo en la historia de la humanidad.

En ese tema, el ingeniero Julius Rosenberg y su esposa Ethel fueron acusados de traición a la patria y por tanto ejecutados el 19 de junio de 1953 en la silla eléctrica de la prisión de Sing-Sing, del estado de Nueva York, Estados Unidos.

La historia es que la URSS comenzó a hacer pruebas nucleares y esto provocó en Estados Unidos furiosas reacciones, pues se suponía que la bomba atómica era de su exclusividad ya que se había inventado en su país, y nadie tenía en su poder los diseños de ninguna arma nuclear.

El senador de Wisconsin, Joseph Macarthy, que era enemigo patológico del comunismo y de los comunistas, denunció tras unas investigaciones de su equipo de ayudantes, que el matrimonio Rosenberg había vendido los secretos de las armas de guerra norteamericanas a la URSS.

Ciertamente los Rosenberg habían sido militantes del Partido Comunista norteamericano, y habían negociado algunas de sus investigaciones con los rusos, pero nunca tuvieron acceso a las fórmulas del armamento nuclear.

Sin embargo, Macarthy no entendía razones, y exigió al FBI que los detuvieran por traición y a pesar de que no había pruebas, un jurado se basó en “Dudas razonables” para condenarlos a muerte. El juicio estuvo plagado de datos dudosos, indicios opacos y testimonios comprados a gente urgida de ser absuelta del mismo delito, o sea de traición.

Años después se supo que había “confesado” su cómplice Morton Sobell, más para salvarse él mismo del delito de traición que para hacer justicia, sin ninguna prueba sólo sospechas.

Este senador Macarthy quedó contento porque había eliminado a dos comunistas, pero tal vez su alcoholismo le exigía más y más acusaciones, al grado de que terminó acusando en 1954 hasta a altos funcionarios como al secretario de guerra del presidente Eisenhower. Macarthy murió a los 48 años de edad a consecuencia de su afición etílica.