12/May/2024
Editoriales

Los anteojos del gobernante

Qué difícil es saber cuándo un amigo bueno se convierte en malo. Alguien a quien conocimos hace mucho tiempo, que sentimos cariño por él y resultó desleal. ¿Cuándo cambió, o siempre lo fue? 

No damos crédito cuando descubrimos cosas que realizó a nuestras espaldas; la traición es la peor de las condiciones humanas. 

Algo así sucede con los gobernantes que, al dar el nombramiento de funcionario a una persona le otorgan su confianza, y no siempre termina siendo honesta y leal. 

Casos de estos hay muchos en la historia, como cuenta la Leyenda de Los anteojos de Al – Raschid.

Harun Al - Raschid era un famoso Califa de Bagdad, a quien le regalaron unos anteojos que identificaban a los hombres honrados, permitiendo ver sus rostros con claridad, mientras a los deshonestos no se les veían sus caras o se miraban borrosas. 

El Califa convocó a la presentación de sus “Anteojos Mágicos” a los principales ciudadanos de Bagdad. Ya reunidos se puso los lentes y recorrió con su vista a sus invitados y sólo vio con claridad el rostro de un joven y humilde sirviente que estaba en segundo término.

Consultando al artesano constructor de los anteojos, éste le dijo al Califa que eso quería decir que ese joven sirviente era la única persona honrada entre los presentes. Al – Raschid volvió su vista hacia el artesano para mirar su rostro a través de sus anteojos, y como lo vio con claridad, dedujo que le estaba diciendo la verdad.

Así que el joven sirviente fue elevado a un alto puesto en el Gobierno del Califato. Sin embargo, después de varios meses el mismo Califa descubrió que ya no podía ver el rostro de su antiguo sirviente a través de sus anteojos.

El sabio Califa coligió que era imposible para un hombre ocupar una posición elevada y seguir conservando su honradez. Con dolor destruyó los anteojos temiendo que le hicieran no confiar en nadie jamás y en consecuencia lo condenaran a ser infeliz. 

Claro que como quiera eliminó de su Gobierno al recién nombrado alto funcionario, quien ya ni de sirviente quedó.

El mensaje de esta leyenda es aplicable a todos. Los que hemos sufrido una traición debemos castigarla de la manera más fuerte que podamos. De ninguna forma es correcto lo que hizo el Califa, no podemos cerrar los ojos ante la corrupción; y dos de las mil cabezas que tiene la hidra de la corrupción son: la traición y la ineficiencia. Más aún, el funcionario corrompido o ineficiente no sólo traiciona a quien lo nombró, sino a toda la población que debiera servir.  Merece castigo.