17/May/2024
Editoriales

Estados Unidos, entre el valor de la amistad y la avaricia

Hablar de la Segunda Guerra Mundial, es hacerlo de dos prominentes naciones enemigas: El Reino Unido y Alemania. Los británicos tenían sus esperanzas puestas en su gran líder Winston Churchill, mientras los alemanes apostaron a su dirigente Adolfo Hitler.

Churchill fue uno de los más importantes directivos del Grupo de naciones conocido como Los Aliados que enfrentaron a las tres potencias integrantes de El Eje: Alemania, Italia y Japón. Además, entre Los Aliados estaban Rusia, con Stalin a la cabeza; y se incorporó un amigo de Reino Unido: Estados Unidos, presidido por Roosevelt. Por razones naturales Estados Unidos y Reino Unido formaron la mancuerna clave de los Aliados para derrotar al Eje.

El teatro de la guerra fue principalmente Europa, pues Estados Unidos no sufrió en su casa el rigor de la conflagración, acaso el ataque a Pearl Harbor fue la excepción. Uno de los episodios más dramáticos de guerra fue el bombardeo de Hitler a la Ciudad de Londres, que implicó un esfuerzo extraordinario para el pueblo y gobierno ingleses que, entre otros sacrificios, terminó con su economía quebrada. Su infraestructura productiva fue destruida y quedaron debiendo a acreedores extranjeros la gigantesca suma de 4 mil 200 millones de libras.

El sucesor de Churchill, Clement Attlee, aseguraba que su gran amigo y aliado -Estados Unidos- absorbería esa deuda pues también se había beneficiado con la victoria, y era el mayor acreedor extranjero. Pero, el presidente Harry S. Truman le contestó en forma muy amable que no, que sí les ayudarían, pero prestándoles dinero, que deberían pagarlo a largo plazo con intereses “de amigo” (bajos). La decepcionada Cámara de los Lores condenó la actitud norteamericana, pero tuvieron que aceptar las condiciones de sus amigos y parientes estadounidenses, pues no tenían otra alternativa.

Fue hasta el 29 de diciembre de 2006 cuando Gran Bretaña pagó los últimos 43 millones de libras a Estados Unidos. Después de conocer muy bien el espíritu de los norteamericanos -finalmente descendientes suyos-, los británicos se vieron inocentes, pensando que los norteamericanos les regalarían dinero.  Dicen en Armenia que es más fácil hacer un agujero en el agua que obtener una moneda de un avaro.