12/May/2024
Editoriales

Papelito habla

Todos hemos cometido alguna vez  el error de creer que alguien nos ayuda desinteresadamente y al final del proceso en cuestión, el ayudador presenta la factura por sus servicios.

 Esas experiencias nos enseñan que todos los tratos con terceras personas deben ser claros, y si se pueden firmar en un convenio escrito, es mucho mejor.

 Al respecto hay una historia muy relevante que involucra a dos naciones amigas y aliadas que participaron en un proyecto de grandes dimensiones y fue determinante para el futuro no sólo de ellas, sino de todo el mundo.

 Sin embargo, ellas pactaron la realización de una gran empresa, pero no firmaron las cláusulas de recuperación de sus inversiones.

 Se trató de la Gran Bretaña que, con Winston Churchill al mando, fue la pieza clave de los aliados para derrotar a los nazis de Adolfo Hitler. 

 Desde luego que para conseguir el triunfo militar hubo de desarrollarse un gran esfuerzo que significó pérdidas de miles de soldados y civiles que murieron en bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial.

 Ciertamente el pacto entre las naciones aliadas se alzó con la victoria pero además del costo en sangre, los ingleses quedaron debiendo a sus acreedores extranjeros la enorme cantidad de 4 mil 200 millones de libras, además de la destrucción de su infraestructura productiva y urbana. 

 El sucesor de Churchill, Clement Attlee juraba que su gran aliado -Estados Unidos- absorbería esa deuda pues se había beneficiado con la victoria, y la mayor parte de la deuda era con ese país amigo que no había sufrido el rigor de la guerra en su territorio. Sin embargo, el presidente norteamericano Harry S. Truman le dijo que no, que sí les ayudarían, pero con un préstamo millonario en libras, mismo que debían pagar a largo plazo con sus respectivos intereses blandos, es decir, les daba un trato de amigos. 

 La decepcionada Cámara de los Lores condenó la actitud leonina de Estados Unidos, pero al final tuvieron que aceptar las condiciones estadounidenses, pues no tenían otras alternativas.

 Y así fue que hasta el 29 de diciembre de 2006 Gran Bretaña pagó los últimos 43 millones de libras a Estados Unidos. Después de tantos años de conocer el espíritu de los norteamericanos (finalmente descendientes suyos), los británicos se vieron inocentes, pensando que los gringos les regalarían dinero.

 

 Los norteamericanos vieron la oportunidad de quedarse como la gran potencia de occidente, con el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa, y el Destino Manifiesto como principio ideológico justificativo de su actuación expansionista.