En el siglo I, Tiberio nombró en el año 26 al romano Pontius Pilatus como prefecto de Judea, quien tenía a su cargo el estado y todas las fuerzas del imperio que ocupaban ese territorio, aunque siempre subordinado al legado de Siria. La comarca donde Pilatos mandaba abarcaba Cesarea y residía en Jerusalén.
Este señor tuvo “la suerte” de haberle correspondido dictar la orden de ejecución en contra de Jesús de Nazareth, en la modalidad de crucifixión. Ciertamente las autoridades judías estuvieron detrás de esta orden de ejecución. Pero su fama creció por toda la región y el mismo imperio romano, aunque no necesariamente su popularidad no era buena. Lo acusaron de disponer de los fondos del templo para edificar un acueducto, así como por una matanza de samaritanos en el año 36, asunto que derivó en su destitución. Hoy día, se le conoce por el hecho de haberse lavado las manos cuando tuvo la oportunidad de fallar a favor de Jesús de Nazareth. Esto es, se le relaciona con las personas que evita su responsabilidad.