09/May/2024
Editoriales

Don Matías, el de Los Codos

Nunca supe su apellido. Era simplemente ‘Don Matías y su conjunto de música regional Los Codos’, de acordeón, guitarra y tololoche que él tocaba y también lo bailaba.

Lo vi por primera vez en el Restaurante AL de Calzada Madero en tiempos de la campaña de don Alfonso Martínez Domínguez, en el año de 1979. 

Estábamos esperándolo mi tío Chon Espinosa, don Benjamín Reyes Retana y yo.

Entró con su vestimenta de artista: sombrero tejano, enormes bigotes postizos, camisa de cuadros, pantalón de mezclilla, botas vaqueras -que andaban en las últimas- y una pistola de plástico negro enfundada colgando de un cinto absolutamente aguado.

No medía más de un metro y medio, y pesaba unos 45 kilos, pero su sonrisa y contagioso buen humor eran de antología.

Se sentó. Chon Espinosa le ofreció un café, pero Matías dijo que no había comido así que sin ninguna pena pidió un plato con hígado encebollado que devoró ipso facto. 

Me divertí de lo lindo con su anecdótica conversación, y hasta el licenciado Reyes Retana, hombre muy formal, soltaba las carcajadas con sus ocurrencias.

Me propuse acercármele para disfrutar de su simpatía, y al cabo de unos meses ya pasaba de vez en cuando por él para llevarlo junto a sus compañeros a algunos mitines de campaña en donde actuaba para ambientar antes de que llegara el candidato.

A pesar de su tendencia a decir cosas que provocaban risa, una vez pude platicar seriamente con él. 

Me dijo que había sido obrero en la Vidriera y que en las reuniones de los diversos grupos, siempre lo invitaban para que actuara y él se disfrazaba de árabe, de charro o vaquero norteño, y sus compañeros festejaban mucho sus actuaciones, por lo que se decidió a dedicarse a la farándula.

Que entre los años treinta y cuarenta se presentaba en carpas que se instalaban en la Plaza del Mediterráneo, la Calzada Madero, la colonia Independencia -en diciembre con las fiestas de la Virgen de Guadalupe- y en otros lugares. 

Entonces en las carpas brillaban Anita Pirrín, Carlos Landeros, Elías Cortinas y otros que bailaban el tap, el tango y la rumba, con piano y batería, sin faltar un comediante como don Catarino, a quien imitaba Matías cuando empezaba a actuar.

Al llegar la música norteña de la frontera con Texas, Don Matías supo que esa era su línea de actuación, y en un año adoptó su propio estilo cantando y haciendo reír al público. Presumía que por un tiempo formaba parte de su grupo el gran artista Tello Mantecón, quien fuera después enorme figura del humor regiomontano.

No volví a entrar en confianza con Don Matías porque siempre se salía con una broma.

Pero en los mitines políticos lo mejor de su actuación era cuando llegaba el candidato, pues cantaba, bailaba taconeando sus botas con gracia y movía su cintura para que la pistola se metiera en su entrepierna y diera la impresión de que iba a caérsele.

En un momento dado, sus músicos se desentonaban adrede y él con la pistola los amenazaba con ‘dispararles’ si no tocaban bien.

Las carcajadas de la gente eran obligadas y casi siempre al final de su actuación, daba una especie de discurso en el micrófono que remataba con su frase: “Zonzo, Zonzo, pero yo le voy a Don Alfonso” 

De esos artistas ya no hay.