Pedirle su nombre a una persona es solicitarle su mejor identificación. Llamarle a una cosa por su nombre es dimensionarla adecuadamente y distinguirla de las demás.
La palabra “nombre” tiene raíces indoeuropeas, en el término nomen. De ahí se derivó al latín nominis. La gran mayoría de las lenguas modernas derivadas del latín, la contienen: nominar, denominar, nomenclatura, y hasta ignominia. Este término tiene presencia en el griego ónoma, como sinónimo y anónimo, por dar ejemplos.
En cuanto a las lenguas germánicas antiguas, nomen llegó directamente del indoeuropeo como namon, yendo al inglés y al alemán como name, al holandés como naam, al sueco como namm, y al danés como navn.
Desde luego que su presencia en el castellano es añeja y bien documentada en poemas y cánticos prehistóricos.
Sin ir muy lejos, el Poema de Mío Cid, dice en una parte:
¡En el nombre del Criador que non pase por al, vayamos las ferir en aquel dia de cras!
A los niños, después de la palabra mamá se les enseña su nombre.