“A otro día en el paraíso”, observó alegremente Donald Trump después de que agentes del FBI allanaran su casa en Florida como parte de una investigación criminal. No hay razón para suponer que estaba siendo sarcástico. La incursión había conjurado un Edén trumpiano: los ojos de la nación estaban clavados en él una vez más; Los legisladores republicanos que habían estado alejándose poco a poco lo respaldaron, al igual que los posibles rivales por la nominación presidencial republicana; algunos de sus partidarios volvieron a llamar en línea a una guerra civil para defender a su campeón. Trump pudo presentarse a sí mismo bajo su luz favorita, como la víctima de las oscuras fuerzas partidistas que intentan proteger al establecimiento arrastrándolo hacia abajo. Habiendo destrozado al fbiy el Departamento de Justicia durante años, había preparado no solo a sus principales creyentes sino probablemente a la mitad del país para sospechar que el estado de derecho estaba siendo socavado, no honrado.
Por estas razones y más, la redada es una pesadilla para Estados Unidos. Merrick Garland , el fiscal general, lo habría anticipado. Es un exfiscal y juez minucioso, demasiado minucioso para muchos demócratas que, tal como afirman los republicanos, están temblando de ver que Trump sea procesado. Si el Sr. Garland tomó la decisión de proceder él mismo, como parece probable, debe haber concluido que la evidencia que apuntaba a la criminalidad era tan abrumadora que no tenía otra opción.
