10/May/2024
Editoriales

Hay de tacaños a tacaños

A los regiomontanos se nos acusa de ser tacaños, y coloquialmente nos dicen codos. El origen de esta expresión viene de una antigua costumbre de ocultar una bolsa con monedas debajo de la ropa, colgándola del hombro y apretándola con el codo para que no haga ruido y así evitar un posible robo. Apretar el codo era proteger el dinero y aflojarlo suponía entregarlo. 

 Así se empezó a llamarle codo a quien cuidaba su dinero, pero con el tiempo se distorsionó asociándolo a la tacañería y a la avaricia.  

 Visto así, históricamente, que nos llamen codos es hasta un halago, pero que no nos digan tacaños porque eso ya es otra cosa. La tacañería es una actitud y forma de vida digna de lástima, pues quien la practica sufre escasez de bienes que él mismo posee. Sin embargo, esos tacaños no son los peores, lo son aquellos que, sabiendo mucho, o sintiendo mucho, no transmiten sus conocimientos ni sus sentimientos a nadie. 

 Esto significa que la víctima del tacaño de dinero es él mismo. 

 Pero las víctimas del otro tacaño, el egoísta de conocimientos o sentimientos, son todos los que le rodean pues están ávidos de lo que a él le sobra y no se los comparte. 

 Leí en no-recuerdo-dónde que ese tipo de riquezas funcionan como la economía de un pueblo: si el dinero y los bienes circulan, la economía se fortalece. 

 Por eso no debemos ser tacaños con lo que sabemos; todos podemos aprender de todos, y menos regateemos la amistad y el amor que sintamos, porque nosotros los necesitamos. 

 

 Nobleza obliga: demos para que nos den. Es más importante dar que recibir, y quienes pueden hacer fluir el saber y el amor, son la gente que siempre será rica en los valores reales, y podrán ser codos pero jamás serán tacaños.