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México: los refugiados centroamericanos olvidados de Matamoros

A principios de marzo, cuando el paramédico estadounidense Ryan Kerr decidió quedarse en el campamento de refugiados de Matamoros durante algunas semanas más, y cuando a la nicaragüense María [nombre cambiado por la redacción], se le rechazó nuevamente su solicitud de asilo en EE. UU., circulaban rumores de un virus contagioso en la frontera del Golfo de México.

Medio año después, los refugiados en el campamento mexicano de Matamoros, en la frontera con Texas, están completamente desesperados, expuestos al coronavirus, y la posibilidad de obtener una visa para Estados Unidos es casi nula en vista de la política aislacionista del presidente Trump.

El mundo, que hace dos años miraba a diario la 'caravana' que se dirigía hacia la frontera con Estados Unidos, ahora observa otras regiones en crisis. Los refugiados de Honduras, Nicaragua, El Salvador y Guatemala, que acampan en Matamoros, han sido olvidados, al igual que María.

Ni avance, ni retroceso

María de 45 años lleva ya un año atrapada en México. No puede ir a ver a su madre en Carolina del Sur, y no quiere volver a su país, Nicaragua. O mejor dicho, tampoco puede.

"Me enviarían directamente a la cárcel por no estar del lado del gobierno", dice. Un primo suyo, fue asesinado, "podrían hacerme lo mismo", afirma.

Hace dos años, miles de opositores al gobierno autoritario del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, huyeron de su patria, entre ellos María, quien trabajó durante 22 años en el Ministerio de Salud y fue consejera de la oposición.

La primera parada fue Panamá, pero ni siquiera allí se sentía segura. Así que se atrevió a caminar con su hija y dos nietas pequeñas hacia Estados Unidos a través de la ruta controlada por los cárteles de la droga. "Lo que me ha pasado en el camino hasta aquí no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Fue muy duro", recuerda María.

A principios de agosto llegaron finalmente a la frontera con Estados Unidos, no querían perder tiempo y se lanzaron al río fronterizo Río Grande, que separa a México de Estados Unidos. "Nadamos e inmediatamente nos entregamos a las autoridades migratorias de Estados Unidos", cuenta María.

Tres días después fueron enviadas a Matamoros. Desde entonces, María, como otros cientos, ha estado esperando en tierra de nadie. Debido a la pandemia, Estados Unidos ha suspendido los trámites de asilo en proceso y aplazado las audiencias judiciales una y otra vez.

La solicitud de María ya ha sido rechazada cuatro veces, su próxima cita es el 11 de septiembre. Su panorama no es alentador, sobre todo en tiempos de campañas electorales en el país, con el presidente Trump jactándose de la construcción del muro y de una rigurosa política migratoria.

Hasta entonces, María sigue siendo la farmaceuta responsable del campamento de Matamoros. La organización no gubernamental estadounidense Global Response Management (GRM por sus siglas en inglés) ha montado una pequeña tienda con las medicinas más importantes para los refugiados. "Preferiría estar en otro lugar", dice María, denunciando el creciente racismo en Matamoros. "A menudo somos discriminados aquí. A todos los que me preguntan, les digo que no somos mala gente, que queremos trabajar."

Ryan Kerr conoce muy bien el racismo. "En Estados Unidos, la gente desprecia a los mexicanos, y en Matamoros, los mexicanos desprecian a los refugiados de Centroamérica", dice el paramédico de 30 años quien vive Brownsville.

Kerr ha trabajado como paramédico en todos los rincones de EE. UU. Pero ahora mismo está haciendo su trabajo más difícil: cada día cruza la frontera para trabajar con sus colegas de Global Response Management en el campo de refugiados de Matamoros.

Cuando la organización no gubernamental instaló sus tiendas en Matamoros, en septiembre de 2019, no había agua potable, ni comida, ni baños, ni atención médica. Mientras tanto, la ONG ha atendido a más de 3.000 refugiados. Incluso han construido una estación de emergencia por coronavirus.

"Cuando llegué aquí en marzo, había 2.500 personas viviendo en el campamento. Ahora hay menos de 900", explica Ryan Kerr. Muchos han tirado la toalla y probado suerte en otro lugar de México. "Algunos siguen adelante con la ayuda de abogados estadounidenses. Solo quieren llegar allá y tener una vida mejor".

El campo de refugiados ha salido relativamente ileso hasta ahora frente a la crisis de coronavirus. Ni una sola muerte, ni un solo paciente en la unidad de cuidados intensivos, aunque las cifras de infección en México están subiendo y ya han muerto más de 57.000 personas a causa del virus. "Hemos tenido varios casos aquí, pero afortunadamente no muy graves, por supuesto, el miedo al virus era y es enorme", enfatiza Kerr.

María, que hasta ahora ha desafiado todas las adversidades, incluyendo el coronavirus, aguarda por su quinta solicitud de asilo. "Si no funciona en EE. UU., volveré a Panamá. Claro que tendría miedo, pero no puedo ir a Nicaragua porque allí cada día es peor. "Pero tal vez todavía pueda conseguir la visa."

¿Y Ryan Kerr? El paramédico qusiera mostrarle el campo de refugiados de Matamoros a su presidente, quien prácticamente ha cerrado la frontera. "No le diría nada a Trump, solo le mostraría cómo se vive aquí", explica Kerr con una sonrisa.