Uno de los temores a las operaciones quirúrgicas de muchos pacientes es debido a la anestesia, pues hace algunas décadas circularon versiones exageradas del número personas que se ‘enfriaron’ por su causa en el quirófano.
Eso es un mito, pues la realidad es que cuando mucho, solo en uno de cada 100 mil procedimientos quirúrgicos, el paciente muere por esa causa, y si se trata de cirugías dentales, mueren 1.4 pacientes por cada millón de intervenciones.
Esto representa una posibilidad muy remota de complicaciones serias, y siempre son en casos de pacientes con enfermedades renales, cardíacas o pulmonares avanzadas.
El tema de la anestesia entró a la agenda pública cuando en el año de 1842 el médico norteamericano Crawford Williamson Long operó a un paciente bajo los efectos de la anestesia conocida como éter.
Desde entonces siempre, o casi, se utilizan anestésicos o sedantes previos a cualquier intervención quirúrgica pues el dolor de las heridas causadas estorban para el cirujano y martirizan al paciente.
Después del éter llegó el óxido nitroso, gas que el Dr. Horace Wells popularizó luego de testificar cómo un grupo de voluntarios inhalaron ese gas y les produjo un estado de euforia y excitación.
Primero lo utilizó consigo mismo cuando en el año de 1844 debía sacarse una muela y delante del odontólogo se lo aplicó resultando exitosa la prueba. Pasaron dos años –en 1846- cuando otro cirujano, William Morton utilizó exitosamente la misma anestesia para extirpar un tumor del cuello de un enfermo.
En consecuencia, el éter y otros gases se convirtieran en anestesia indispensable que usaban los anestesiólogos, una especialidad médica que proliferó a principios del siglo XX.
Ellos le suministraban al paciente para que aspirara algunas gotitas de éter o cloroformo, y en 1850 ya se inyectaba esa sustancia en la vena.
Así se utilizó en miles de operaciones hasta que, a mediados del siglo XX, aparecieron en los quirófanos agujas seguras para las inyecciones intravenosas. Anestesia viene del griego y significa insensibilidad o carencia de los sentidos. El antecedente más lejano documentado es el de 1275, que el médico español Ramón Llull descubrió una sustancia que le llamó “vitriolo dulce” que más o menos funcionaba, pero no fue sino hasta 1722 cuando el químico inglés de origen alemán August Frobenius descubrió el óxido nitroso, al que llamó simplemente éter. El investigador Paracelso, aplicaba que “El vitriolo dulce” a los pollos quedando insensibles al dolor.
Hoy día los anestesiólogos tienen varias alternativas de sustancias qué aplicar a sus pacientes,
Actualmente han mejorado muchísimo los químicos que se suministran al paciente que será operado, y ya se tiene bien estudiados los efectos secundarios que provoca en el corazón el ingreso repentino de la anestesia.
Como en todo, hay excepciones, pues algunos organismos rechazan la anestesia, pero son muy pocos. Todos, o la gran mayoría de los que hemos sido intervenidos quirúrgicamente hemos probado esa somnolienta sensación de estar anestesiado antes de ser operados, y la verdad no es desagradable.