25/Apr/2025
Editoriales

El malhumorado versus el cómico involuntario

Entre nuestros amigos siempre hay uno alegre y varios malhumorados. 

El paso del tiempo acomoda el orden de ellos y recordamos mejor la alegría del primero que las desdichas de los últimos. 

Apreciamos mejor un talante sencillo y optimista, que a los complicados que se molestan por cosas sin importancia. 

Entre reír de nuestras desdichas y maldecir nuestra mala fortuna hay un solo paso, y dentro de nosotros está tomar la decisión. 

La santa Madre Teresa de Calcuta decía que la peor enfermedad es el mal humor, y tenía razón, pues al caer en esa dizque inocente trampa, se corre el riesgo de entrar a una espiral de adjetivos infortunados que puede arrastrarnos a la infelicidad propia y la de quienes nos rodean.   

Cuando nos equivocamos debemos aceptarlo y corregir el yerro hasta donde sea posible, en vez de justificarlo y molestarse, pues esto significará cargar con sus consecuencias negativas, comenzando por el mal humor. 

Todos los días suceden cosas positivas y negativas, eso no lo determinamos nosotros, pero somos quienes las matizan, pues lo bueno siempre tiene algo de negativo y al revés, lo malo indiscutiblemente posee aspectos buenos. 

Dijo un viejo pensador que bromear es una de las cosas amenas de la vida, pero cuesta muchos años de aprendizaje.

Ciertamente hay personas que nacieron con el Don de hacer bromas y causar gracia, pero la gran mayoría debemos aprender a ver la vida con optimismo y tratar de bromear con nuestras adversidades.

Porque muchas veces una broma ayuda en donde la seriedad suele oponer resistencia.

Sin embargo, como en todo, no se debe ir a los extremos; hay aspectos de la vida que merecen tomarse con seriedad, y para ello existe lo que llamamos criterio.

Se debe tener cuidado de no convertirse en un cómico involuntario, el que no se da cuenta que su actitud es tan seria que causa risa, y ello puede ocasionar a su prestigio tanto daño como los malhumorados.