17/May/2024
Editoriales

La comida doméstica y comercial en Monterrey: Recuerdos

José Roberto Mendirichaga

jmendirichaga@gmail.com

 

Nota introductoria: Etery Treviño Farfán, por entonces alumna de la UDEM y ahora ya graduada, me pidió cuando era su maestro que acudiera un mediodía a platicar con un grupo de sus compañeros lo que yo recordara de la comida y la bebida en la ciudad donde nací y he vivido toda mi vida. Esto es lo que en su momento escribí.

 

Durante los primeros 15 años de vida, nuestro barrio fue La Purísima. De la casa de Vallarta, entre Padre Mier y Matamoros, casi no recuerdo nada. En cambio, de la casas de Hidalgo y Obispado sí que guardo recuerdos culinarios. Adrienne, nuestra madre, era gringa por su estirpe, su lengua y la nacionalidad a la que renunció al casarse con nuestro padre, adoptando no sólo la nacionalidad mexicana sino muchas de sus costumbres; sin embargo, el acento de su lengua materna, nunca lo perdió.

 Le gustaba cocinar platillos y postres. Los platillos que traía de su tierra tejana y por su madre Grace, en Brownsville, diría que eran: papas al horno, caldos de ajo y de cebolla, chuletas de cerdo, pastas, pescado y pollo al horno, pierna de cerdo al horno con salsa agridulce, berenjenas lampreadas, lengua a la vinagreta, hígado encebollado… El pescado había de comprarse en el Mercado Colón; y la carne, en la carnicería de la colonia Paraíso, en Guadalupe. Al llegar a México y casarse con mi padre, las recetas fueron: el arroz blanco y azafranado, el cabrito al horno, el puchero de res, el machacado con huevo, el pescado a la veracruzana, los frijoles de olla y a la charra, los garbanzos con tocino, el menudo blanco, las chuletas de carnero al horno, el salpicón de carne, el bacalao a la bilbaína, los chiles rellenos, los nopalitos con camarón seco, y otros platillos. Las salsas se preparaban en molcajete, antes de que llegara la licuadora. ¿Y los postres? Gelatina, flan, leche quemada, charamuscas, galletas de gengibre, algún dulce cubierto y, en las fiestas, helado de la “Super Cold”. El desayuno incluía la fruta de temporada, avena o huevo; la merienda, al silbato de la Fundidora, leche con nata, pan de dulce de “El Nopal”, tamales, entomatadas o alguna tostada. A las ocho de la noche ya estábamos en la cama, hecha la tarea, bañados y merendados. Las tortillas se compraban en el molino de Porfirio Díaz o en el tendajo de don Aristeo Galindo.

 No había supermercados. Los primeros fueron Azcúnaga y Casa Rodríguez. La verdura la vendían los chinos en carretones de caballos. Sonaba la campana y el ama de casa salía a comprar lo del día. El resto se compraba en los mercados Juárez y Colón, o en los mesones Estrella y San Carlos, o en la tienda más próxima. Recuerdo muy bien el negocio de don Daniel García; o la salchichonería “La Purísima” del señor Alanís.

 Fuera de casa, nuestros padres nos llevaban, alguna vez entre semana, a la “Cocina Familiar” de la señora Colunga. Estaba ubicada en la esquina suroeste de Matamoros y Aldama. Ella tenía la clásica comida corrida de: caldo de res, arroz a la mexicana, alguna pasta o ensalada, el guiso del día (pescado en cuaresma), frijoles y postre. Muy sencillo todo. Nuestros papás gustaban de comer fuera algunos domingos del año. Después de la misa de once, pasábamos a algún restaurante. Monterrey tenía (y tiene) restaurantes de primera. “Sanborn’s” de Morelos ofrecía una buena cocina; el platillo que más me gustaba era el pollo con crema. Estaba “El Principal”, en Calzada Madero, con cabrito al pastor; y por la misma avenida, pero pasando el Arco de la Independencia, hacia el poniente, el “Ritz”, con comida de la Europa Oriental, de judíos rumanos; uno de su platillos tradicionales era el goulasch. Hacia el norte, pasando San Nicolás, estaba el restaurante “Los Arcos”, con comida nacional e internacional. Y hacia el sur, pasando el Tecnológico, el “Alhambra”, de don Jorge De la Garza y don Carlos Montano, éste último quien fuera socio de mi padre en una firma comercial y gran chef, que lo fue del Hotel Ontario, en Ciudad de México, y del Casino de Monterrey. En el Casino, lo que recuerdo era la Fuente de Sodas y el anuncio luminoso de fuera, con el refresco “Pep” de Casa Guajardo, que era una mano que exprimía una naranja y la ponía en un vaso de refresco embotellado que se iba llenando. Los meseros eran Miguel y Antonio. Enfrente, estaba el paseo dominical de la Plaza Zaragoza y la Banda de Música tocando pasos dobles, valses, polkas y sones. A media cuadra de la Plaza Zaragoza, estaba el “Foreign Club”, en el que predominaban norteamericanos, canadienses e ingleses. De su menú, lo que más me gustaba era el pollo a la plancha, acompañado de papas a la francesa; el Sr. Pérez era el gerente. El “Louisiana” no lo conocí y frecuenté hasta que fui mayor. Allí don Antonio Costa ofrecía lo mejor de la comida internacional: platillos catalanes, comida francesa… y su famoso helado al horno. La mayor parte de esa cocina pasó al Motel Anfa (ya desaparecido), a la “Guacamaya” (también desaparecido) y al Motel “Las Palmas” en Matehuala. Desde luego, estaba el Gran Hotel Ancira y su alta cocina, aunque era sitio para los mayores. Otros restaurantes fueron el “Pigalle”, del señor Canavati, por Padre Mier, entre Juárez y Garibaldi, que era comida internacional; el Club Alemán, particularmente en la época en que lo manejaba el Sr. Zapata, restaurante que era para la colonia alemana, pero también abierto al público, en su establecimiento que iba de Hidalgo a Humboldt; el “Café Flores”, frente a la Placita Hidalgo, con sus famosas “orejas de elefante”; El Paso Autel, de don Ángel Cueva y don Raúl Chapa; y la cafetería de “Sears” Centro, con comida árabe y mexicana.

 ¿Y la comida rápida? Casi no la había, pero eran los puestos de tacos, en cada barrio. Por el rumbo de la colonia María Luisa, en la esquina de Degollado y Matamoros, estaban las hamburguesas y hot-dogs de “Ricos”, que luego pasaron a Venustiano Carranza, primero entre Padre Mier y Matamoros, y luego entre Padre Mier e Hidalgo; y “La Carreta”, de los señores Chapa, frente a le embotelladora de Avenida Universidad.. De tal manera que pasarían muchos años hasta que llegaran “Los Pinos”, “Bona”, “Kentucky Fried”, “Church’s”, “McDonald’s”, “Wendy’s”… y otros. Más tarde arribaría la comida japonesa y china, italiana y de otras regiones del mundo.

 Pues esto es lo que recuerdo de la comida. ¿Y la bebida? Aguas frescas, café o chocolate. El café, cuando había invitados, se compraba en la Casa Wong. Y de las “sodas”, el “Spur”, el “Tropo” (Toribio Paga), los “Barrilitos” de Casa Guajardo, la Coca-Cola, el Grapette, el “Bimbo”… Desde luego, estaban las cervezas de casa: “Carta Blanca”, “Indio” y la hasta hoy insuperable “Bohemia” clara. Para bebidas combinadas, estaba el “Topo Chico”, el “Canada Dry” (ginger-ale) y el “London Club”.

 Un Monterrey pueblerino, muy pequeño, de 250 mil habitantes, donde andábamos en bicicleta por toda la ciudad o abordábamos las pocas rutas existentes. La ciudad que luego cuatriplicó su población en los setentas y que hoy araña o supera los cuatro millones de habitantes, con gente de todo el mundo, particularmente centroamericanos, europeos y coreanos. ¡Éxito en su evento de UDEM, Universidad que también se ha vuelto internacional!

 

* Palabras en el evento “Formar para Transformar”, stand de Culté. La charla fue en Aulas Formativas 1 del Centro de la Comunidad UDEM, el viernes 20 de noviembre de 2015.