09/May/2024
Editoriales

Piense bien su voto para elegir a los diputados

México está convulsionado por pandemia, inseguridad, crisis económica y… lucha política.

En las elecciones del seis de junio hay en juego 15 gubernaturas, entre las que destacan las norteñas de Nuevo León, Sonora y Chihuahua, sin decir que no importan Sinaloa, Querétaro, Guerrero, Michoacán, las Bajas Californias, Zacatecas, San Luis Potosí, Colima, Tlaxcala, Nayarit, y Campeche. 

Además de elegir Congresos estatales y Cabildos, se elegirán 500 diputados federales.

Pero pocos ven la real importancia de la Cámara de Diputados, siendo la elección más relevante, porque representa la posibilidad de acotar el omnímodo poder presidencial.

Una mayoría absoluta puede aprobar cualquier propuesta o iniciativa de ley, y la mayoría calificada -334 votos- de los 500 diputados puede modificar la Constitución General de la República, que es la base del país.    

Por eso el sueño de todo presidente es contar con el apoyo de una mayoría calificada, pues con ese respaldo se puede hacer con el país lo que desee.

Cuando se cometió el golpe de estado en contra de Francisco I. Madero, en realidad lo asestaron los diputados; Huerta sólo dio las órdenes y los legisladores obedecieron por algún arreglo inmoral.

La Constitución decía que, a falta del presidente, asumiría el poder quien fuera titular de Relaciones Exteriores, o en su ausencia, el que estuviera al frente de Gobernación.

Madero y su vicepresidente Pino Suárez fueron ‘convencidos’ por Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones Exteriores, quien les suplicó que firmaran sus renuncias para salvar sus vidas, puesto que él sería presidente y jamás atentaría contra ellos.

Lascuráin era un tipo adinerado que Madero había colocado en ese sitial, pero Huerta lo presionó para que les sacara las firmas a sus dos amigos.

Claro que el medroso Lascuráin los convenció -el 19 de febrero de 1913-, sin decir que Gustavo A. Madero había sido asesinado, y por salvar sus vidas, firmaron las renuncias sólo para ser asesinados también.   

Todo lo demás fue hecho por la Cámara de Diputados que obedecía a Huerta.

Aceptaron las renuncias en forma expedita, sin preguntar siquiera si las firmas eran auténticas, votaron y reconocieron a Lascuráin como presidente, quien lo único que hizo durante su mandato fue nombrar a Huerta como secretario de gobernación.

Para, 45 minutos después, como no había secretario de Relaciones Exteriores, renunciar y que Victoriano Huerta fuera presidente.

Es lugar común decir que Huerta es el gran usurpador, cuando en realidad fueron los obedientes diputados los que cometieron el crimen mayor: aceptar y votar ipso facto las renuncias de Madero y Pino Suárez sin siquiera verificar sus firmas, legalizando el régimen de Huerta.

Cuando recordamos esta historia -como hay muchas otras-, le otorgamos su verdadera importancia a la Cámara de Diputados. Su voto del seis de junio es el futuro nacional.