19/Apr/2024
Editoriales

ARTE Y FIGURA 08 06 23

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

Jesús Córdoba

 

Llega el año 1948 con una gran dosis de optimismo. Europa, terminada la guerra comenzaba su reconstrucción con extraordinaria energía. En México, el primer año del Presidente Alemán hizo concebir la esperanza de que el país, al fin se integraba a un movimiento de moderno progreso industrial y político.

 En materia taurina, el antiguo picador Don Juan Aguirre “conejo Chico” organiza en la primavera un acorta temporada de novilladas en la placita del “Rancho del Charro”, situada en la esquina de Ejercito Nacional y Schiller, construida a principios del sexenio anterior por el Lic. Javier Rojo Gómez, Regente de la Ciudad. Trae novilladas seleccionadas para novilleros desconocidos entonces, pero elegidos con su excepcional criterio de aficionado. Uno de ellos Jesús Córdoba, quien al verse tan fácil y desenvuelto en su debut, repite con una novillada muy fuerte, por poco una auténtica corrida de toros, de la ganadería de “Armillita Hermanos”.

 Uno de los alternantes, Pablo Covarrubias, se va a la enfermería con un muslo atravesado, pero Córdoba está mejor aún que en su debut. Le corta la oreja a uno de sus enemigos que va a entregar al gran “Armillita”, presente en un palco, con estas palabras: “quiero regalarle la primera oreja que se corta en México a uno de sus toros, Maestro”. A partir de ahí Córdoba empieza a llamársele el Joven maestro y se presiente en él al sucesor del astro esplendoroso con igual o mayor éxito.

 Debuta en la México con igual o mayor éxito. Es uno de los llamados 3 Mosqueteros durante una de las temporadas novilleriles más lúcidas de que se tenga memoria. Gana la oreja de plata, sacándola de la bolsa a Paco Ortiz, que era el cuarto mosquetero, el D´Artagnan entre ellos.

 Es “Armillita”, naturalmente, quien le concede la alternativa, y empieza entonces la difícil andadura hacia la cumbre, la competencia con los toros y los alternantes, en la cual no basta ser un buen profesional sino más bien tratar de complacer al público, supremo juez, que espera siempre lo excepcional, lo casi milagroso. “Italiano”, de Piedras Negras, le parte la safena. “Cañonero”, de La Laguna, le secciona en dos la barba y el labio inferior. Pero va a España en 1952 y en 1953 debuta en la Feria de Sevilla, la tierra donde el arte del toreo florece por voluntad de Dios.

 Nada más poner al caballo a su primer toro, de Miura, provoca una ovación y un rumor en la plaza. Cuando pincha a ese toro le hacen dar una vuelta al ruedo. Al otro le corta la oreja. Al día siguiente, vuelve a estar superior toreando y mal matando, con vueltas en sus dos toros. Pero es tal el interés surgido, tal el nivel excepcional alcanzado por el sentimiento popular que la empresa le regala el sobrero. A éste le corta las dos orejas y la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza, se abre solo para él.

 Por eso después, a lo largo de su dilatada carrera y luego que fungiera como juez de plaza en la México, he sido incondicional partidario y lo seré siempre.

 

Continuará… Olé y hasta la próxima.