
Atrás de la canción de Maná, “En el muelle de San Blas”, hay una historia real con nombre y apellido: Rebeca Méndez Jiménez (1943), que comienza el 13 de octubre de 1971, cuando su novio Manuel, salió a pescar en compañía de tres amigos faltando cuatro días para casarse con Rebeca, despidiéndose en el muelle. El destino les jugó una mala pasada, ya que el huracán Priscila azotó las costas de Nayarit, hundiéndose la embarcación con Manuel y sus compañeros.
A los cuatro días, Rebeca se presentó vestida de novia en el muelle, a esperar a que regresara el novio, como habían quedado para contraer matrimonio. Desde entonces, cuentan en la Playa de El Borrego, nunca se quitaría el vestido de novia y era impresionante verla sentada frente al muelle, esperando a alguien que nunca volvería, ella argumentaba con el paso de los años , que no se quitaba el atuendo de novia porque la gente cambia y Manuel la podría confundir. Esperaba que el mar le regresara a su amado. Se notaba su tristeza, abandono y soledad.
Se ganaba la vida haciendo muñecos de trapo para subsistir, además de realizar trabajos de limpieza en algún restaurante. Salía a vender sus productos, donde por accidente conoció a Fernando Olvera, que al verla vestida de novia, se interesó en escucharla y su historia le impresionó. Se trataba de Fher, cantante del grupo Maná que esa misma noche, junto con el baterista del grupo Alejandro González, compusieron la canción “En el muelle de San Blas”, una de las melodías más románticas y desgarradoras de los noventas, que fue un éxito en más de 30 países.
A pesar de distintas versiones que se cuentan, Rebeca era originaria de Monterrey y muy joven se integró a un grupo musical con algunos éxitos, principalmente en Guadalajara, pero el destino y algunos fracasos amorosos la llevaron a San Blas donde residió por muchos años, contando historias tristes de su vida.
Tanta desilusión la llevaron a la locura, en San Blas le decían “la chica de humo” porque se la pasaba fumando en el muelle, esperando un amor que nunca volvería, la vida le fue poniendo obstáculos, sola y en el olvido, todavía la recuerdan en el muelle de San Blas. Vivió para escuchar la canción inspirada en ella y dicen que cuando la escuchaba, se le rodaban las lágrimas. También le decían la loca de San Blas, pero estaba loca de amor, de un amor que esperó por más de 40 años y que nunca volvió, ni ella volvió a enamorarse y “sus ojos se llenaron de amaneceres”.
Sus últimos años los pasó en Monterrey, donde murió el 16 de septiembre de 2012, tenía 69 años. Su última voluntad fue que sus cenizas se esparcieran en el muelle de San Blas, para reencontrarse con Manuel, voluntad que fue cumplida y además su figura fue inmortalizada en una estatua develada en 2017, el día de la mujer.