10/May/2024
Editoriales

La Aspiradora

En los años cincuenta, mi padre llegó con una aspiradora eléctrica y se la regaló a mi madre. Era un horrible armatoste que hacía un ruido insoportable y llenaba casi toda la sala de la casa con su cable y manguera, más el rudimentario mango succionador.

Pero podía limpiar el viejo candil que siempre estaba lleno de polvo sin necesidad de tocarlo, y con ese servicio ya justificaba lo que hubiera costado. 

La aspiradora comienza cuando en Estados Unidos un señor llamado M. R. Bissell, que tenía una tienda de objetos de porcelena le nació una alergia al polvo, y le entró el deseo de inventar un aparato que lo recolectara. En 1876 patentó una barredora o cepillo giratorio al que le puso el nombre de Grand Rapids, con pobres resultados. 

Un par de décadas después -en 1898- se presentó en el Empire Music Hall de Londres, la primera máquina “extractora de polvo”; una caja metálica que alojaba una bolsa de aire comprimido, que dirigido a una alfombra pretendía que el polvo entrara a la caja, lo que evidentemente no sucedía, sino todo lo contrario. 

Pero lo bueno de esa extravagante y fallida demostración es que asistió un joven inglés llamado Hebert Cecil Booth, quien dijo que esa máquina no debía expeler aire, sino al contrario, aspirarlo. Booth empezó una serie de experimentos y meses después escribió en su bitácora que él había aspirado con su boca el respaldo de una silla tapizada en el restaurante Victoria Secret: _El polvo me hizo toser muy fuerte pero seguí aspirando. 

Esto es, la primera aspiradora fue la boca del inventor, quien entendió que todo sería cuestión de adecuar una bomba de aire que funcionara al revés, y en 1901 lo consiguió. Cuando fue a patentar su invento, se encontró que ya estaba registrado un invento similar. 

En 1889, otro inglés, G. Mc. Gaffey lo había hecho y meses antes de Booth, el fontanero norteamericano D. E. Kennedy patentó también una aspiradora, aunque la patente se le concedió hasta 1907. Viendo las fechas se infiere que el evento de demostración mencionado del Empire Music sí tuvo repercusión, pues dio la idea a varios inventores. 

Luego de varias negociaciones con sus homólogos, Booth introdujo al mercado su Aspiradora; un armatoste pesado que constaba de: bomba, cámara de polvo, motor y una carretilla para moverla, requiriendo dos personas para manipularla. Sus primeros clientes fueron los teatros y los hoteles, hasta que la Abadía de Westminster la ocupó para aspirar el polvo de la gigantesca alfombra que pisaría el rey Eduardo VII en 1901, durante su coronación. 

En la Primera Guerra Mundial se llevaron 15 aspiradoras al Crystal Palace de Londres, en cuyos suelos yacían los enfermos de tifus exantemático de rápido contagio que atribuían al polvillo en suspensión.  

Se extrajeron 36 camiones de polvo; y casualmente la epidemia terminó. Esto le dio reconocimiento al invento, por lo que empezó a estudiarse su mejoramiento. 

Así que en 1908, Murray Spengler, asociado con W. B. Hoover, sacaron al mercado minorista una aspiradora muy buena: el modelo O, y de ahí se inició una competencia entre fabricantes a ver quién introducía al mercado la aspiradora más eficiente.  

Existen aspiradoras de todos tamaños y presentaciones, hasta mini aspiradoras de baterías que limpian los interiores de los automóviles.

La Aspiradora se utiliza también en quirófanos y sillones de dentista, para aspirar líquidos y mantener la asepsia en las partes del cuerpo que se están operando.

Pero hasta la fecha, escuchar el inconfundible ruido de las aspiradoras, me transporta a aquella que mi padre llevó a casa para facilitarle el trabajo a mi querida madre.