
Las mujeres batallaron para ser reconocidas como seres humanos semejantes a los varones. Y estas batallas no sólo sucedieron -suceden aún-, en países del mundo árabe, sino que en Occidente sudaron la gota gorda para conseguirlo
Los hombres custodiaron celosamente las actividades intelectuales como si fueran de su exclusividad, hasta que la veneciana Christine de Pizán, nacida en 1364, escribía poemas y canciones románticas en los idiomas italiano, francés, y latín. Su prestigio como escritora fue en buena medida consecuencia de su linaje, siendo hija de un célebre hombre de ciencia y casó con un funcionario cercano del rey Carlos V, abriándole la puerta a escribir para la realeza aún después de enviudar.
En México tuvimos la fortuna de que sor Juana Inés de la Cruz, La Décima Musa, nacida en 1648, se revelara como una gran exponente de la literatura en el llamado Siglo de Oro, formándose en la corte del marqués de Mancera, un virrey novohispano.
Sin embargo, en Estados Unidos sucedió que una esclava africana de color oscuro llegó en 1760 a Boston, dentro de un grupo regenteado por un tipo apellidado Wheatley, una niña de siete años llamada Phillis a quien le pusieron el apellido de su regentador.
Nacida en Senegal en 1753, desde que bajó del barco, desataron sus manos y de inmediato fue comprada por este tratante de esclavos quien había identificado en el viaje una gran inteligencia en esta niña. Así que el tal John y su esposa Susannah Wheatley le dieron una buena educación, por lo que Phills a los trece años escribió bellos poemas en el idioma inglés que, desde luego no era su lengua materna.
Aún así, su obra “Poems on varius subjects” causó admiración por su calidad literaria, y porque comenzó a saberse que era mujer y de color quien la había escrito. Tenía veinte años cuando un tribunal formado por dieciocho caballeros ataviados con su toga y peluca inglesa, expertos en poesía la interrogó, exigiéndole que demostrara ser la autora de esas letras tan maravllosamente escritas.
Phillis, Wheatley, contestó con tranquilidad, recitando varios poemas de autores consagrados, como Virgilio y Milton, así como ciertos pasajes bíblicos. Los asustados varones le pidieron que jurara con la biblia que los poemas no eran copiados.
El colofón es que ese jurado no le quedó más remedio que reconocer que en Estados Unidos existía una mujer poeta, y que además era una esclava negra, lo que conmocionó a toda la nación.