10/May/2024
Editoriales

Los lujosos Hoteles Ritz

En una familia de grandes ganaderos suizos, no aceptaban que uno de sus hijos, César Ritz (1850-1918), trabajara en otra cosa que no fuera el negocio familiar. Así que el joven Ritz se fue de su casa rumbo a París para trabajar en el Hotel de la Fidelité, en el Savoy, y en otros hoteles de lujo, porque esa era su vocación. 

Una vez que aprendió lo suficiente del negocio de hotelería, abrió el suyo propio en 1898, en la céntrica plaza Vendòme de la Ciudad Luz. 

Le fue tan bien que luego, en 1906, abrió otro Hotel Ritz en Londres; en 1910 en Madrid –a propuesta del rey Alfonso XIII- y después, en todo el mundo, una capital no podía ser considerada de primer nivel si no tenía su propio Hotel Ritz. 

César Ritz, llegó a la cumbre con indiscutible autoridad fungiendo como maestro de ceremonias en los eventos realizados en sus hoteles con reyes, magnates y artistas. 

Y como su tocayo, el emperador romano César, también tuvo a su Marco Antonio: Auguste Escoffier, el mejor chef del mundo en ese tiempo. 

Se conocieron en los baños del Grand Hotel de Baden – Baden y trabajaron juntos en el Hotel Savoy. A Escoffier se le debe el orden en las cocinas y el esmero en controlar los platos para que siempre llegasen calientes a las mesas sin importar el número de comensales ni el lugar donde se sirviera un banquete. 

Este señor diseñó la cocina nada menos que del Titanic. Bien, pues el tal Escoffier fue la pareja ideal de Ritz, ya que uno conseguía la clientela y les daba su lugar con gran lujo, mientras el otro les atendía desde el punto de vista culinario de espléndida y exclusiva manera. 

La esposa de César Ritz, Marie Louise Ritz, hizo una magistral descripción de la noche en que se presentó en ceremonia especial los Crèpes Suzette, su redacción no es breve pero especifica todos los detalles, como la espléndida forma de verter el rico licor dentro del plato de cobre y el humo aromático que se propaga repentinamente y embarga al observador, invitándolo a probar el primer bocadillo con una especie de fervor religioso. 

Recuerdo la primera vez que me hospedé en el Hotel Ritz de Acapulco; me sentí magnate pues al bajar del taxi había un reportero de un periódico local que entrevistaba a los huéspedes que llegaban preguntándoles cosas que ni en el lugar de origen de uno hacían. Sin embargo, todo pasa, y tres décadas después de la muerte de César Ritz, el declive del prestigio de sus hoteles fue evidente.

No se quien se vino quedando actualmente con la cadena de hoteles Ritz, pero consiguió deshacer rápidamente un prestigio ganado a pulso y con mucho talento del ganadero suizo que prefirió construir un emporio en la hotelería de lujo.