11/May/2024
Editoriales

Purgar penas por faltas que aún no se han cometido

Los líderes políticos pueden ser democráticos, no sólo por llegar al poder gracias a un proceso electoral, sino porque durante su mandato actúan democráticamente. Pero  también hay líderes que, a pesar de llegar por la vía democrática dinamitan los accesos para que nadie pueda llegar, tratando a toda costa de quedarse en el candelero político, y se convierten en tiranos que igual pueden ser de izquierda o de derecha.  

  La historia registra casos de tiranos que se instalan en el poder por la vía de los votos, pero luego se enquistan en él utilizando cualquier procedimiento, incluyendo la fuerza sin mayor límite que el derrote del adversario, así sea externo o interno. 

  Uno de los ejemplos más ilustrativos es el de Adolfo Hitler, cuyo partido político se autodefinía como nacional, socialista y obrero. Su objetivo era establecer a cualquier precio un Estado nacionalista en el que la actividad interior estuviera enfrentada con conceptos como el del liberalismo económico o político. 

 A inicios de 1933 –el 31 de enero-, Hitler llegó al poder democráticamente en Alemania, y un año y medio después ordenó una terrible purga interna para eliminar a sus propios compañeros por el simple hecho de que no confiaba en ellos y sospechaba que podrían aspirar a derrocarlo. Este ‘incidente’ ha sido registrado como ‘La noche de los cuchillos largos’ en la que fueron asesinados miles de los suyos. 

 Esta masacre se dio en la noche del 30 de junio de 1934 para amanecer 1 de julio, cundo Hitler personalmente arrestó a Rohm, quien era jefe de las SA (Secciones de Asalto) y ordenó su fusilamiento. En paralelo la Gestapo de Goering y las SS de Himmler mataron a todos los nazis a los que no se les tenía confianza absoluta, pues la misión de allí en adelante sería conquistar el mundo, cosa que nadie sabía, excepto Hitler. 

 

 La matanza fue horrorosa, salvándose sólo Hanns Ludin, a quien inexplicablemente Hitler le perdonó la vida. Dos semanas después, el día 13 de julio, Hitler justificó los hechos calificándolos como una forma cruenta de eliminarlos, pero indispensable para evitar una posible traición. Hay un dicho árabe –creo- que dice: a los hombres los cuelgan no por robar los caballos, sino para que no roben los caballos.