Indonesia.- Indonesia se asoma a su mayor tragedia tras el tsunami del Índico, que se cobró unas 220.000 vidas en 14 países y más de la mitad solo en este archipiélago. Dos días después de que otro potente tsunami golpeara a la isla de Célebes (o Sulawesi en el idioma local), todavía no se saben las dimensiones de la catástrofe, pero las autoridades temen que haya miles de muertos porque aún no se ha podido llegar a muchas de las zonas afectadas.
Según informa la agencia Reuters, así lo reconoció ayer el vicepresidente indonesio, Jusuf Kalla, mientras el portavoz de la agencia indonesia para la prevención y lucha contra los desastres (BNPB), Sutopo Purwo Nugroho, describía un panorama aterrador. Hasta el cierre de esta edición, se habían recuperado 384 cadáveres y había 540 heridos, pero las cifras aumentarán sin remedio porque parte de la costa inundada sigue incomunicada.
Difundido en internet, el escalofriante vídeo grabado desde la última planta de un aparcamiento de la ciudad de Palu daba buena cuenta de la ferocidad del tsunami, que levantó olas de entre tres y seis metros y avanzaba a unos 800 kilómetros por hora. «El tsunami no venía solo, arrastraba coches, troncos y maderas y arrasó con todo en tierra», detalló Nugroho. Pero lo peor no es el rastro de destrucción que dejó la tromba de agua, sino que no sabe absolutamente nada de otra ciudad al norte de Palu llamada Donggala. A solo 27 kilómetros del epicentro del seísmo que desató el tsunami, que alcanzó una magnitud de 7,5 en la Escala de Richter, dicha ciudad está totalmente aislada porque las comunicaciones y las carreteras han quedado cortadas. En total, en Palu y Donggala viven unas 600.000 personas.
«Estamos ahora consiguiendo comunicaciones limitadas sobre la destrucción en Palu, pero no sabemos nada de Donggala y esto es extremadamente preocupante. Hay más de 300.000 personas viviendo allí», alertaba la Cruz Roja en un comunicado nada esperanzador. «Esto ya es una tragedia, pero podría ponerse mucho peor», advertía de lo que se avecina en los próximos días, a medida que los equipos de rescate vayan llegando a los lugares arrasados por el tsunami.
Originado por un temblor a solo diez kilómetros de profundidad, en principio parece que fue provocado por el movimiento horizontal de una placa tectónico contra otra, y no por el vertical, que es lo que suele provocar los tsunamis. Aun así, el terremoto disparó una gigantesca masa de agua hacia la costa que se coló a toda velocidad por la estrecha bahía de Palu, a 80 kilómetros del epicentro, y se tragó todo cuanto se encontró en su camino.
«Salí corriendo en cuanto vi los olas golpeando las casas de la costa», contó a la agencia France Presse un vecino de Palu llamado Rusidanto. Como se ve en las imágenes que llegan desde Indonesia, las olas arrasaron con lo que había dejado en pie el potente terremoto. Para colmo de males, era viernes por la tarde y había cientos de personas preparando una fiesta en la playa y también rezando en una mezquita cercana, cuya cúpula se desplomó al parecer por el temblor.
Encaramados a los árboles
«Cuando llegó el tsunami, la gente todavía estaba haciendo sus cosas en la playa y no corrió inmediatamente, convirtiéndose en víctimas», desgranó el portavoz de la agencia contra desastres. Para salvarse del tsunami, muchos tuvieron que encaramarse a árboles de seis metros. En su parte oficial a los periodistas en Yakarta, Nugroho describió los daños como «extensivos» porque se han derrumbado miles de casas y también puentes, hospitales, centros comerciales y hoteles.
Debido a la devastación y a las numerosas réplicas que se registraron ayer en la isla de Célebes, las autoridades han evacuado a 16.700 personas en 24 centros de Palu y recomendado a sus habitantes que no entren en sus casas hasta que pase el peligro. Con los centros médicos en ruinas, los pacientes tienen que ser atendidos en plena calle, como muestra la televisión.
En el aeropuerto de Palu, donde murió un controlador aéreo por ayudar a despegar a un avión durante el terremoto, su pista de 2.500 metros ha quedado dañada. Con unos 500 metros resquebrajados por el temblor, los aviones comerciales no pueden aterrizar allí ahora. A pesar de este importante contratiempo, el Gobierno de Indonesia tiene previsto enviar helicópteros y aviones Hércules de transporte con ayuda humanitaria, que sí pueden aterrizar y despegar en los dos kilómetros de pista que aún sirven.
Torres balanceándose
En los últimos días, la costa de Célebes se ha visto sacudida por varios terremotos que desembocaron en el devastador temblor del viernes, precedido por otro solo un rato antes. Como la torre del aeropuerto estaba balanceándose y amenazaba con venirse abajo, el controlador aéreo Anthonius Gunawan Agung, de 21 años, se quedó solo para dirigir el despegue de un avión mientras sus compañeros salían huyendo. Temiendo el derrumbe de la torre, saltó desde un cuarto piso cuando el aparato ya estaba en el aire, pagando con su vida la salvación de todos sus pasajeros.
«Todos entramos en pánico y salimos corriendo», contó a las agencias internacionales otro superviviente, llamado Anser Bachmid, quien pidió «ayuda, comida, bebida y agua limpia». Con el miedo en el cuerpo por las numerosas réplicas, los 2,4 millones de habitantes de la zona afectada por estos dos últimos terremotos esperan la ayuda humanitaria mientras el Gobierno indonesio intenta agilizar su llegada. Para comprobar sobre el terreno los daños y las necesidades, el presidente Joko Widodo viaja hoy hasta la isla de Célebes.
Por desgracia, este gigantesco archipiélago, que tiene unas 18.000 islas y 250 millones de habitantes, está demasiado acostumbrado a las catástrofes naturales. Enclavado sobre el «Anillo de Fuego», una zona de la corteza terrestre con frecuentes movimientos sísmicos y donde hay localizados casi medio millar de volcanes, en verano sufrió varios terremotos que se cobraron más de 500 vidas en la isla turística de Lombok. Sin apenas tiempo para recuperarse, Indonesia se enfrenta ahora a su peor tragedia desde el tsunami del Índico en 2004, uno de los más devastadores de la historia.