12/May/2024
Editoriales

Mi moderna fábrica de hielo. Historieta

Siendo yo un niño, de pronto y sin avisar, llegó la modernidad a Monterrey.  

Antes del portento tecnológico que les voy a platicar, a la farmacia de mi papá llegaba en las mañanas un camión de redilas cargado de barras de hielo cubiertas con costales. Con un picahielo apuñalaban una barra a la mitad, con unas pinzas metálicas   -absolutamente automáticas- ganchaban la media barra de hielo desprendida y la arrastraban hasta la mera puerta de la botica.  

Esa maniobra ya la tenía muy ensayada el repartidor del hielo, pero mi padre que era muy inteligente, compró en la Mueblería Azteca, de Madero y Rayón, a media cuadra de la farmacia, un refrigerador súper moderno, que tenía un foco interior que solito prendía cuando alguien abría la puerta, aunque debo confesar que nunca vi si se apagaba cuando la cerraban.

En el tórax del refrigerador había unas repisas en donde se colocaban los dos botes grandes de nieve Lyla, uno de vainilla y otro de fresa, que comprábamos a la vuelta, en la fábrica de los Landeros, en la esquina de Rayón y Arteaga, los tacos de cueritos  ‘sobrevivientes de la cena’ del Güero Livas, que estaba en la contraesquina, más la leche, la mantequilla, y las sobrinas de la comida del día.

Todo cabía allí, y lo más impresionante era que este refri -al que nomás le faltaba hablar-, decía mi padre, tenía en la parte superior un congelador en donde se ponían unas charolas metálicas divididas con una barra, que contenían a su vez varias cejas metálicas atravesadas a noventa grados, formando una especie de costilla de pescado.

Pues esas charolas se llenaban de agua en las noches y, al amanecer, mágicamente  ¡aparecía hielo dentro de ellas!

Esto era fantástico, y la modernidad tecnológica no terminaba ahí. 

La barra central de la charola podía moverse un poco, lo suficiente para despegar todo el ‘esqueleto’ metálico, y el hielo ¡ya quedaba automáticamente en forma de cuadritos! listos para enfriar un buen vaso de agua limonada.

Mi conclusión en aquellos tiempos era que ya nada quedaba por inventar, pues los grandes portentos tecnológicos ya estaban presentes en nuestra Ciudad. 

Como a la semana de haber llegado el nuevo refrigerador, comencé a fraguar un gran negocio, que consistía en fabricar y vender cuadritos de hielo para que no hubiera necesidad de raspa-hielos, ni de pulverizar las barras a picahielazos. 

Esa fábrica de hielo sería, en mi pueril imaginación, muy productiva y, como había otros dos contactos de luz en la pared de la casa, con las utilidades del primer refrigerador compraría otro y después otro más.

Pero no supe en qué momento alguien me robó la idea, es decir, entendí el concepto del espionaje industrial, pues en el Pasaje Calderón, a un par de cuadras de la casa, vendían hielo en cuadritos. Eran unos copiones.