Se suicidó en 1890 en Francia -a los 37 años de edad-, un desconocido pintor holandés llamado Vincent Van Gogh. Este tipo era considerado –hasta por él mismo- un pintor fracasado, que sólo había vendido un cuadro. Fue el mayor de los seis hijos de un pastor protestante, ingresando a los 16 años de aprendiz en la filial de La Haya de la Galería de arte parisina Goupil & Cie, fundada por su tío Vincent, donde conoció las obras de la escuela de Barbizon. En 1873 se fue a Londres iniciando su vida creativa, aunque tuvo el primer fracaso amoroso, y se dedicó a dibujar mineros de la Borinage.

En 1880 estudió pintura con diversos pintores y su rápida evolución le llevó a reunirse con su hermano Theo en París en 1876, quien le presentó a varios pintores consagrados como Pissarro, y Gaugin, quienes le influyeron y su paleta se volvió colorista. Intentó crear un grupo de “impresionistas del sur” pero se vino quedando solo y en una crisis mental se cortó una oreja en 1888. Se internó en el hospital psiquiátrico de Saint-Rémy-de-Provence por un año. La pérdida de contacto con la realidad desarrolló en él, un uso vigoroso de la línea, aunque su obra no era apreciada ni en su círculo de amigos. Un día se dirigió al Chateau d’Auvers donde tenía el caballete, luego de recorrer el sendero a lo largo del castillo sacó un revólver, que cargaba para ahuyentar a los cuervos, se apuntó al pecho y se disparó. Herido, regresó tambaleante a la ciudad y los médicos vieron que la bala no había alcanzado el corazón ni los órganos vitales, y se quedó sin ingresar al hospital, hasta el otro día que llegó Theo. Se declaró que su problema era una infección, pero Vincent tenía problemas para respirar; Theo apoyó la cabeza de su hermano en un brazo cuando Vincent le dijo: ojalá pudiera morir así. Murió media hora después. Su muerte apenas despertó interés, pero Van Gogh no tardó en ser reconocido como uno de los más importantes postimpresionistas de los tiempos modernos, y hoy día el mundo está inundado de fotografías de su obra.