Abril 25 de 1528: La antigua ciudad de Tenochtitlan recibe el nombre de Ciudad de México, de acuerdo a cédula real del rey Carlos V de España. Tras la sanguinaria victoria del ejército español, los mandos locales intentaron edificar una ciudad capital desde la cual gobernar el imperio conquistado, y decidieron que estuviera en Coyoacán, toda vez que Tenochtitlan estaba guarnecida con acequias como si fueran muros.
Según cuenta fray Agustín de Vetancurt, finalmente se determina que en el mismo sitio de la ciudad destruida debía edificarse la nueva, así que se empezó un trazo tirando cordeles en orden tal, que todas las calles quedaron parejas, anchas de catorce varas y para la comunicación de bastimento quedaron acequias en cuatro cercada con otras tres que atraviesan de oriente a poniente la ciudad.
Los barrios y arrabales de ella quedaron para vivienda de los indios, con callejones angostos y huertecillos de camellones con acequias donde sembrar flores y plantar arboledas. Esta última y determinante decisión se tomó no con mucho gusto, pues construir en Coyoacán era bastante más sencillo, toda vez que tenía tierra firme y seca, sin peligro de inundaciones y temblores, pero la cédula real decía claramente que la ciudad de México estaría en el mismo sitio que Tenochtitlan, por lo que se puso manos a la obra. Argumentos contundentes para construir en medio de esa laguna donde se desplantaba el corazón del imperio tenochca, fueron: que había necesidad de que la antigua ciudad de los mexicas estuviera ocupada por españoles.
Y que apoyado en los escrito por Bernal Díaz del Castillo – y otros soldados narradores- quien envió reportes a España describiendo a Tenochtitlan como una ciudad de fastos, llena de ornamentos, mercados, plazas y palacios, Su Majestad el rey Carlos V tomó esa decisión que era la ley. Lo que son las cosas, luego del paso de los siglos, terremotos, cambios políticos y un crecimiento asombroso, ahora esa urbe regresa a llamarse igual: Ciudad de México, en vez del horrible nombre de Distrito Federal.