10/May/2024
Editoriales

La vida de la Plaza Zaragoza

Ver la Plaza Zaragoza llena de gente, sobre todo los fines de semana, es común y obedece a una tradición secular. Inició en el siglo XVII cuando se trazó la Plaza de Armas que, en tiempos diversos, se llamó Plaza Mayor, Plaza de la Constitución, y Plaza Zaragoza.   

En los tiempos coloniales sus dimensiones eran de sólo 130 varas por cada lado; el único edificio erigido era el de la Catedral y estaba rodeada de casas y negocios. 

En esta Plaza se celebraban todas las actividades públicas religiosas, civiles y militares, es decir, la Plaza fue una suerte de ombligo para la Ciudad. 

Todos los días seis de agosto se organizaban fiestas para celebrar el Día de la Concepción de la Virgen; y también se festejaba en grande los cumpleaños de los monarcas españoles, no se diga sus entronizaciones, casi tan fastuosas como las de los pontífices romanos. 

En 1653 comenzó la edificación de Las Casas Reales -hoy Museo Metropolitano- y el perfil urbano de la Ciudad sufrió su primera transformación, pues desapareció el comercio de la Plaza Mayor, concentrándose esta actividad en los corrales de la nueva construcción, naciendo el primer mercado formal, digamos, en la Plaza de la Carne.

Eventos importantes no le han faltado. Como cuando en 1805 el gobernador Simón Herrera y Leyva se tuvo que subir al templete construido en la Plaza para que la gente lo viera vacunándose junto con su familia, porque los reineros se resistían a ser vacunados, pues el invento del médico inglés Edward Jenner -la vacuna contra la viruela- no era aceptado por los reineros que desconfiaban de las vacunas, casi tanto como hoy desconfían de ellas.

Después, el 4 de noviembre de 1808 se celebró en la Plaza la coronación de Fernando VII. 

El 26 de enero de 1811 llegó a la Plaza de armas el ingeniero Mariano Jiménez, enviado por el cura Miguel Hidalgo, antes de entrar a la Catedral donde lo recibieron luego de haber acordado con el gobernador realista Manuel de Santa María que se sumara al ejército insurgente en contra de la corona española.

Después de detenidos y fusilados los cabecillas del movimiento independista, en 1811 se juró en la Plaza de Armas la obediencia a las Cortes de Cádiz.

La Plaza ha sido testigo de eventos contradictorios. Porque una década después, en 1821, el Ayuntamiento escoltó la Bandera nacional hasta la Catedral para ser bendecida, y en 1824 se repitió el acto. 

De eventos dolorosos, como el de 1832 que el alcalde liberal Manuel María de Llano hubo de ver a todo su Cabildo disputarse el honor de tirar por la Plaza de Armas el transporte que llevaba al obispo José María de Jesús Belaunzarán. 

De eventos bélicos, como en 1846 que fue teatro de guerra, cuando los norteamericanos tomaron la Ciudad en una batalla muy complicada.

Actos de cambio de nombre. Como cuando se celebraba la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862, con la presencia del presidente Benito Juárez, que vivió aquí de abril a agosto de 1864, y el Gobierno del estado la bautizó con el nombre de Plaza Zaragoza.

De eventos zalameros. Como el de 1898 que la Ciudad se perturbó con la presencia del presidente Porfirio Díaz. El gobernador Bernardo Reyes y el alcalde Pedro Martínez organizaron el 20 de diciembre una velada en la Plaza Zaragoza en su honor.

Dos bandas tocaron una serenata a Don Porfirio, y los miles focos de colores colocados en el kiosco, en el Palacio Municipal, en el casino Monterrey, y en la misma Catedral, explotaban sus tonalidades ante los asombrados ojos de los presentes, alegrando la noche, y Díaz y Reyes bien que lo aprovecharon paseando del brazo por toda la Plaza Zaragoza, repleta de gente, para hacer política.

Nuestra querida Plaza Zaragoza ha visto pasar generaciones de regiomontanos; cambios del tamaño de la Ciudad; mejoras de los estatus económico, social y urbano.

Ha vivido balaceras en tiempo de paz, en contra de trabajadores que se manifestaban. 

La Plaza Zaragoza es un lugar que evoca a nuestros ancestros y todos le debemos un evento artístico agradable, una tarde tranquila o el inicio de algún romance.