11/May/2024
Editoriales

Salvatore

Ayer al mediodía visité a mi amigo Salvatore Sabella que está enfermo. Al entrar al cuarto de hospital en donde se encuentra, lo vi muy serio y sentado en un sillón tomando sus alimentos. Recibía la atención de Blanca Flores Cortés -Blanquita-, su abnegada esposa que siempre invariablemente, permanece a su lado desde larga data.

 _ ‘A donde va el violín,… va la funda’, dice frecuentemente Salvatore, esbozando una sonrisa picaresca y, efectivamente, ver a Salvatore solo, no es usual.

 Ella fue la primera que me vio entrar y al pronunciar mi nombre, Salvatore lo escuchó y volteó de inmediato suspendiendo su ingesta.

 Me acerqué suplicándole que continuara comiendo al tiempo que le abrazaba con suavidad, pues sus inocultables condiciones de deterioro físico, lo exigían. 

 Me hizo caso y Blanquita me acercó una silla para que me sentara cerca del hombre que en donde se encuentre representa a Italia, sin ser cónsul o tener representación oficial alguna de su patria original.

 A pesar de que la salud le regatea su presencia, con su gentileza de siempre ofreció compartir conmigo sus alimentos, pero le expliqué un compromiso que yo tenía para comer con un amigo mutuo que me estaba esperando.

 Mientras él terminaba de comer, Blanquita me informó a grandes rasgos de las condiciones de su salud y después los tres platicamos, nos reímos y hasta posamos para una fotografía que tengo archivada en mi celular.

 Soy un hombre afortunado pues tengo amigos muy valiosos, entre los que destaca el buen Salvatore. Recuerdo muy bien el protocolo de la sesión del cabildo de Nápoles que en el año de 2016 lo condecoró con una Medalla al Valor en Tiempos de Guerra. 

 Fuimos hasta allá varios historiadores neoloneses pues queríamos testificar ese significativo honor que recibiría uno de los nuestros.

 Entre los que viajamos a Nápoles iban dos amigos suyos, el abogado Juan Carlos Tolentino y el arquitecto Paulino Decanini. 

 Mi esposa Lupita y yo disfrutamos esa fiesta junto con ellos, con Salvatore, Blanquita y su hijo el médico Vicenzo Sabella. 

 La vida de Salvatore es novelesca y extraordinaria, pues en el Monterrey de 1955 le habían impuesto otra medalla por heroicidad cuando rescató a varios pasajeros que viajaban en un autobús que se incendió cerca de la Alberca Monterrey, en plena calle Zaragoza, en el famoso accidente conocido como ‘El butanazo’. 

 El resumen de su vida es la historia del último héroe de la Segunda Guerra Mundial que vive en Monterrey, y un héroe también en tiempos de paz. 

 Y por si fuera poco todo esto, Salvatore es un activista de la cultura, que lo mismo promueve el monumento Plaza Italia que vincula a Italia con Nuevo León, o funda la asociación Dante Alighiere, o la Orquesta sinfónica de la UANL, pues también es un eximio conocedor de la música clásica y enamorado de la ópera. 

  Le deseo a Salvatore Sabella que recupere su salud, pues todos esperamos verlo activo como siempre, empezando nuevos proyectos para el bien de Nuevo León.