Editoriales

LA COSMOVISIÓN DE JOSÉ MARTÍ

Rigoberto Pupo Pupo

Dr. en Filosofí­a. Dr. en Ciencias

Prof. Universidad "José Martí­" de Latinoamérica

José Martí­ Pérez (Cuba, 1853 – 1895) fue un pensador profundo. Su obra da cuenta de una rica cosmovisión, concretada en ideas aladas en torno al hombre, la naturaleza y la sociedad. Su discurso plural, encauzado por la cultura y la historia, encuentra determinaciones en las infinitas mediaciones en que deviene la formación del hombre en relación con el mundo natural y social.

Si realmente no fue un filósofo con obra sistematizada, hizo filosofí­a en toda su producción intelectual. Filosofí­a grande, porque pensó la subjetividad humana con sentido cultural y complejo. Penetró en la naturaleza humana con razón y sensibilidad, y jamás separó el hombre del contexto cósmico en que deviene. Su obra se cualifica en una ecosofí­a de alto vuelo, expresada en un discurso plural y un lenguaje incluyente con numen ensayí­stico y poético.

Sin desechar las concepciones en torno a la filosofí­a, expresadas por los clásicos griegos planteó ideas y caracterizaciones de gran valí­a. "Conocer las causas posibles y usar los medios libres y correctos para investigar las no conocidas – enfatiza Martí­ - es ser filósofo. Pensar constantemente con elementos de ciencia, nacidos de la observación en todo lo que cae bajo el dominio de nuestra razón y en su causa he ahí­ los elementos para ser filosofo. ''[1]

Para el Maestro el filósofo es un eterno buscador, que ante lo desconocido pone en acción su pensamiento para encontrar los por qué, las causas, a partir de los elementos de ciencia.

Al mismo tiempo, con gran realismo, revela la complejidad de la relación sujeto – objeto y sus determinaciones y condicionamientos. "Y en toda representación, bien se reflexione sobre cosas externas, bien sobre actos internos propios existe dualidad inevitable entre el objeto pensado y el sujeto pensante El sujeto no puede pensar sin que existiese antes la cosa sobre la que se piensa. La cosa pensada es una y anterior al pensamiento del sujeto sobre ella que es posterior y otra: He aquí­ la dualidad inevitable que destruye la imposible identidad"[2]. Su discurso no se encierra en el pensamiento mismo, penetra en el propio proceso formativo del conocimiento, siguiendo la tradición sensorracionalista. "Los sentidos – señala - nos trasmiten las sensaciones. Las sensaciones son producidas por los objetos exteriores''[3]. Pero al mismo tiempo no desecha el lugar de la subjetividad humana en la construcción del saber. "El objeto está fuera de mi pero la inteligencia del objeto está en mí­. Yo me comunico con él''[4]. Hay un interés perenne de soslayar el objetivismo despersonalizado, que excluye la subjetividad humana. "Los hechos por sí­ solos nada explica si la inteligencia no los examina y los fecunda "Toda deducción de los hechos es una verdad ideal.

Las verdades reales son impotentes si no las animan las verdaderas ideales. El hecho es la verdad real. La verdad ideal es el resultado de la reflexión sobre los hechos. Así­, en lo humano de los hechos se desprenden las verdades, de los hechos semejantes las verdades comunes. De las verdades comunes, lo común de la verdad. Así­ , fructificando con la inteligencia la materia, la inteligencia firmemente apoyada en terreno de verdad sólida y firme concibe primero y necesita luego y entiende siempre la necesaria e inevitable verdad fundamental''[5]. Sencillamente, el hombre en la aprehensión de la realidad sobre la base de las necesidades e intereses, a través de los fines proyecta lo que desea y lo realiza. No se puede olvidar la tesis de Martí­ que "(...) en lo humano de los hechos se desprende las verdades (...)". No cree en las verdades en sí­, al margen de la subjetividad del hombre que piensa, actúa, siente, valora y se comunica con los demás. Como tampoco el elan holí­stico y complejo de su aprehensión epistemológica: "Método bueno filosófico es aquel que, al juzgar al hombre; lo toma en todas las manifestaciones de su ser; y no deja en la observación por secundario y desdeñable lo que, siendo tal vez por su confusa y difí­cil esencia primaria no le es dado fácilmente observar"[6].

En la cosmovisión martiana el concepto naturaleza resulta de gran interés teórico y práctico. "¿Qué es la naturaleza? El pino agreste, el viejo roble, el bravo mar. Los rí­os que van al mar como a la Eternidad vamos los hombres: La Naturaleza es el rayo de luz que penetra las nubes y se hace arcoiris, el espí­ritu humano que se acerca y eleva con las nubes del alma, y se hace bienaventurado. Naturaleza es todo lo que existe, en toda forma, espí­ritus y cuerpos, corrientes esclavas en su cauce, raí­ces esclavas en la tierra, pies, esclavos como las raí­ces, almas, menos esclavas que los pies. El misterioso mundo í­ntimo, el maravilloso mundo externo, cuanto es deforme o luminoso u oscuro, cercano o lejano, vasto o raquí­tico, licuoso o terroso, regular todo medido, todo, menos el cielo y el alma de los hombres, es naturaleza"[7].

Su visión de la naturaleza, siempre en relación con el hombre y la sociedad, además, donde el hombre se naturaliza y la naturaleza se humaniza, está presente ese sentido cultural e histórico que le es inmanente al discurso martiano y que en los tiempos actuales hace de su cosmovisión una ecosofí­a para bien del hombre y la sociedad. Sienta las bases para el desarrollo de la conciencia ecológica que tanto urge en la contemporaneidad.

En la obra martiana emerge con fuerza una filosofí­a profunda que lo convierte en el filósofo cubano de todos los tiempos, lo cual se corrobora en las acertadas consideraciones de Medardo Vitier al respecto.

En "La Filosofí­a en Cuba", M. Vitier, no incluye la figura de José Martí­ (1853- 1895). Posteriormente toma conciencia del error y lo expone en sus lecciones y conferencias, hasta desarrollarlo de manera sistematizada en su obra: Martí­ estudio integral (1954). "No organizó un sistema; no estudió metódicamente filosofí­a; pero tuvo genuinas aptitudes de pensador que se evidencia en numerosas páginas, y poseyó criterios -algunos dolorosamente elaborados- acerca del mundo y de la vida humana"[8]. No era posible, siguiendo viejos cánones en torno a la especificidad de la filosofí­a, negar el status de filósofo al pensador cubano más grande de todos los tiempos. ¿O es que hay filosofí­a sólo en tratados densos de Lógica, Axiologí­a, Epistemologí­a u Ontologí­a?, ¿o que el saber filosófico sólo es expresable a través de sobrios conceptos lógicos o categorí­as y las imágenes no expresan también esencialidades? ¿O es que sólo desarrolla filosofí­a el filósofo profesional? Dejemos que responda M. Vitier: "su mente -refiere a Martí­- es especulativa y propende a formular asertos pertenecientes a dos "regiones" filosóficas (...) la ontológica y la axiológica (...) En efecto, lo que tiene de sentencioso -y no es poco- se le vierte por esos declives, donde los problemas, siempre abiertos, incitan y parecen retar al intelecto: el ser y los valores, la í­ntima contextura del universo y del hombre, por una parte, y el sentido de toda acción, por otra".[9]

Es imposible negar la presencia de especies filosóficas al discurso martiano. Un discurso pleno de sentido cultural y vocación ecuménica que hace centro suyo al hombre en búsqueda constante de su ser esencial y su ascensión ético-humana. Un pensamiento que conjuga en su despliegue crí­tico, imágenes y conceptos para aprehender la realidad en su máxima riqueza de mediaciones y matices.

Sobre la obra y el pensamiento de José Martí­ se ha escrito mucho, no así­ en su arista filosófica propiamente dicha.[10] Medardo Vitier, en su "Martí­, estudio integral, revela con profundidad la esencia filosófica de la obra martiana, particularmente

En la cubanidad de Martí­, premisa necesaria de su americanidad y universalidad -partir de la raí­z con í­mpetu ecuménico- revela el valor de la tradición. "Al hallar una ejemplar tradición revolucionaria y al vincularla con su obra, fijó para la cultura pública la importancia del pasado. El pasado no significa compromiso de repetición. Los problemas cambian. Lo que persiste es -enfatiza M. Vitier- por una parte, el nexo espiritual que conduce a la gratitud, y por otra, la actitud de los antepasados. La actitud de elevación y de honradez no envejece, aunque los problemas sean diferentes. Eso es lo que sintió Martí­, y -lo reitero- no sólo se valió de esa fuerza sino que fijó para la posteridad el valor social de la tradición. Mientras más original es un guiador -sea en el pensamiento o en la acción- más se atiene a las formas superiores de lo humano, si los halla en sus antecesores. Originalidad -excelente idea de M. Vitier, asumiendo al Apóstol- no es desvinculación; no lo es, si bien se mira, ni aún en las direcciones más excéntricas del arte."[11]

La tradición funda. Es memoria para dialogar y buscar lo mejor. Es viviente raí­z para insertarse a lo universal con status propios, de ahí­ su valor social... Y M. Vitier con fina sensibilidad lo revela en Martí­. Esto explica por qué Martí­, sin desechar a Varela, a Luz, a Mendive, asume a Emerson y otros pensadores, sin dejar de ser Martí­. Fuertes raí­ces alimentan el frondoso follaje y le abren cauces culturales aprehensivos.

Esta idea, ese concepto generatriz, que con tanta profundidad descubre en Martí­, es consustancial al discurso y a la lógica investigativa del Maestro Vitier. Por eso resulta tan productivo su estudio integral en torno a Martí­, capaz de desplegar con racionalidad dialéctica su enfoque socio-cultural antropológico y fijar con alto oficio y magna cogitación las dimensiones polí­tica, artí­stica, ética, sociológica y filosófica de Martí­ como zonas de la cultura. Cultura de resistencia y de ascensión humana.

A partir de esta concepción, develando temas esenciales, subalternos, ocasionales y otras mediaciones, el filósofo penetra en la selva martiana. Seguro que "eso, la naturaleza humana, su modo de comprenderla, es lo que late en toda la obra de Martí­".[12]

Pero la naturaleza humana inserta en el Universo. El sentido cósmico nuclea su cosmovisión. Hay una concepción unitaria del ser complejo, cualificado por la analogí­a, el equilibrio y la armoní­a universal. "Martí­ vivió -dice Vitier- como una fuerza espiritual -eso era en esencia- en contacto perpetuo con el misterio del universo. Recuérdese aquella lí­nea de sus versos sencillos: "y crece en mi cuerpo el mundo"

De ahí­ que sintiera como suyo ese modo de panteí­smo que vibra en Emerson, desligado de todo credo formal. Así­ dice Martí­: "Para él no hay cirios como los astros, ni altares como los montes, ni predicadores como las noches palpitantes y profundas."

Quién lea los Versos Sencillos hallará no pocas estrofas transidas de eso que pudiéramos denominar sensibilidad cósmica. Se siente allí­ un espí­ritu atraí­do por la Naturaleza, ganoso de descansar de los hombres...

"Yo sé de Egipto y Nigricia,

de Persia y de Jenofonte,

y prefiero la caricia

del aire fresco del monte."

"Yo sé las historias viejas

del hombre y de sus rencillas,

y prefiero las abejas

volando en las campanillas."[13]

Al sentido cósmico, presente en el pensamiento filosófico de Martí­, M. Vitier agrega, el finalismo, que según él, "(...) late acá y allá en sus artí­culos. Recuérdese esta aserción suya: "corren leyes magní­ficas por las entrañas de la Historia". Esos credos, que caen en lo metafí­sico, le robustecí­an la fe en cosas más inmediatas y palpables. He ahí­ cómo lo cotidiano se nutre de lo eterno. Esa es la unidad profunda que vio. Vidente, pues, en ese sentido.

A veces declara explí­citamente su visión de la existencia. Es insustituible su texto a ese respecto: "Que el Universo haya sido formado por procedimientos lentos, metódicos y análogos, ni anuncia el fin de la Naturaleza ni contradice la existencia de los hechos espirituales".

Insiste en eso -en la sustantividad de lo espiritual-. El le halla esfera propia. También gravitan sus concepciones en torno a la unidad de todo. Por eso dice: "El Universo, con ser múltiple, es uno".[14]

En la Cosmovisión martiana, la espiritualidad del hombre es esencial, su subjetividad, como agente histórico-cultural. Lo que no significa que lo hiperbolice. Para él, lo material y lo espiritual constituyen una unidad inseparable. Recuérdese la polémica en el Liceo Hidalgo, de México. Incluso aboga por una filosofí­a de la relación que no separe lo ideal y lo material, que no discurra hacia los extremos. Simplemente que lo aborde en su relación, pues "Yo no afirmarí­a la relación constante y armónica del espí­ritu y el cuerpo, si yo no fuera su confirmación''[15].

Hay en Martí­, en su pensamiento, acuciantes notas espiritualistas. Cree en la preexistencia y postexistencia del alma, en la superioridad del espí­ritu, sin embargo no se desliga de la realidad inmediata. Sus convicciones ideopolí­ticas (culturales) terrenalizan su tendencia especulativa, sin matar su raí­z utópica y su miraje hacia lo absoluto y lo grande, pues en su criterio: "menguada cosa es lo relativo que no despierta al pensamiento de lo absoluto. Todo ha de hacerse -declara Martí­, de manera que lleve la mente a lo general y a lo grande. La filosofí­a no es más que el secreto de la relación de las varias formas de existencia".[16]

En gnoseologí­a somete a crí­tica el apriorismo y el subjetivismo. Considera la realidad como fuente del conocimiento. "En el hombre, -cree Martí­- hay fuerza pensante, pero esta fuerza no se despierta ni desarrolla, sin cosas pensantes."[17] Además "hay armoní­a entre las verdades, porque hay armoní­a entre las cosas".[18]

Su gnoseologí­a, siguiendo la tradición cubana, se expresa como sensorracionalismo, donde lo sensorial y lo racional son dos momentos de una unidad y un proceso único inseparable.

Al mismo tiempo, su siempre razón utópica -rasgo propio de los grandes- no lo lleva a separar la teorí­a de la práctica.

El "espiritualismo martiano", la sustantivación de la subjetividad humana, tampoco restan valor a su filosofí­a social. En su concepción, el hombre, como sujeto socio-cultural, reproduce de forma compendiada la totalidad del Universo. La naturaleza -concepto amplio en Martí­- integra todo, lo espiritual y lo material; pero el hombre, es por sobre todas las cosas, un ser activo, hacedor de historia y cultura y condicionado sociohistóricamente, pues "nada es un hombre en sí­, y lo que es, lo pone en él su pueblo".[19]

En su concepción del mundo, la vida y la muerte ocupan un importante lugar. Ve la vida como realización humana y con optimismo, sin olvidar lo que tiene el hombre de paloma y de fiera. La muerte, en correspondencia con su visión del hombre y sus credos, la concibe como tránsito, como momento de la propia existencia, pero valiosa y útil cuando se ha cumplido con el deber dignamente y en pos de valores ennoblecedores y humanos.

Su soñado libro: "El concepto de la vida"[20] habrí­a sistematizado más aún su filosofí­a ético-humanista, pero en su obra completa está perfilada una coherente concepción del hombre, la actividad humana y la cultura.

En sus creencias religiosas, tal y como reveló Carlos Rafael Rodrí­guez, Martí­ es un religioso sin religión. Ciertamente, las influencias ético – cristianas en su cosmovisión son empí­ricamente registrables. "El ser tiene fuerzas, y con ellas el deber de usarlas. No ha de volver a Dios los ojos: tiene a Dios en sí­; hubo en la vida razón con que entenderse, inteligencia con que aplicarse, fuerza activa con que cumplir la honrada voluntad".[21]. Martí­ asume al Dios del cristianismo temprano, al cristianismo natural, fundado en la bondad, la verdad y el amor, sobre la base de las enseñanzas y el ejemplo de Cristo. Por eso es anticlerical, y se opone a las deformaciones que sufrió el cristianismo eclesial. "Ese Dios que regatea, - escribe Martí­- que vende la salvación, que todo lo hace en cambio de dinero, que manda las gentes al infierno si no le pagan, y si le pagan las manda al cielo, ese dios es una especie de prestamista, de usurero, de tendero.

¡No, amigo mí­o, hay otro Dios!"[22] Pero ese otro Dios, el Dios de Martí­, (...) es inmenso mar de espí­ritu (...)[23] que impone el trabajo corno medio de llegar al reposo, la investigación como medio de llegar a la verdad, la honradez como medio de llegar a la pureza. ¡Qué alegre muere un mártir! ¡Qué satisfecho vive un sabio! Cumple su deber, lo cual, si no es el fin, es el medio[24].

Por eso, sin negar a Dios ni hacer dejación de sus creencias como fiel cristiano, ante las varias interrogantes que se plantea el hombre, apela a la eterna sabidurí­a, a la ciencia, a la filosofí­a. "¿A quién preguntaremos? ¿A la fe?-¡Ay! No basta. En nombre de se ha mentido mucho. Se debe tener fe en la existencia superior, conforme a nuestras soberbias agitaciones internas,-en el inmenso poder creador, que consuela,-en amor, que salva y une,-en la vida que empieza con la muerte. Una voz interior y natural, la primera voz que los pueblos primitivos oyeron, y el hombre de siempre oye, clama por todo esto.-

Pero la fe mí­stica, la fe en la palabra cósmica de los brahmanes, en la palabra

exclusivista de los Magos, en la palabra tradicional, metafí­sica inmóvil de los Sacerdotes, la fe, que enfrente del movimiento en la tierra, dice que se mueve de otra manera; la fe, que enfrente del mecánico de Valencia, lo aherroja y lo ciega; la fe, que condena por brujos al Marqués de Villena, a Bacon y Galileo; la fe, que niega primero lo que se ha visto obligada a aceptar;-esa fe no es un medio para llegar a la verdad, sino para oscurecerla y detenerla; no ayuda al hombre, sino que lo detiene; no le responde, sino que lo castiga; no le satisface, sino irrita.-Los hombres libres tenemos ya una fe diversa. Su fe es su eterna sabidurí­a. Pero su medio es la prueba.

Y con esta fe cientí­fica, se puede ser un excelente cristiano, un deí­sta amante, un perfecto espiritualista. Para creer en el cielo, que nuestra alma necesita, no es necesario creer en el infierno, que nuestra razón reprueba.

¡A quién preguntaremos, pues? A la naturaleza. Los seres luminosos en el cielo; los seres opacos están en la tierra. La inquietud permanente, sin peso, sin color, sin forma, está-viva como una luz-en el pensamiento de cada hombre. ¿Quién o qué mueve a los astros? ¿Quién o qué formó a la tierra? ¿Quién o qué es este ser curioso infatigable, melancólico y rebelde que tenernos en nosotros mismos?"[25]-

Hay, sin duda alguna, una filosofí­a, encauzada como programa pedagógico, suscitador de acción comunicativa, en pos de la formación humana, a través, fundamentalmente, de los valores.

"En sí­ntesis -cree Vitier- su pensamiento filosófico es el de un creyente en la sustantividad del espí­ritu. Tuvo esa seguridad y en él fue fecundada, porque lo llevó a amar, a creer en la Historia, a darse por los demás, a refutar el descreimiento, a presentir la vuelta del Cristo, "el de los brazos abiertos, el de los pies desnudos, y todo, sin que nadie, ni hindúes, ni católicos, ni teósofos puedan reclamar como adepto al grande hombre"[26]. Es el hombre -sí­ntesis de la cultura cubana, latinoamericana y universal-, que echó suerte con los pobres de la tierra e iluminó con su pensamiento y su praxis el futuro de la nación cubana y la América nuestra.

[1] Martí­, J. Juicios. Filosofí­a. O. C. T. XIX. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 362.

[2] Martí­, J. Cuaderno no. 2. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1965, p. 57.

[3] Ibí­dem p. 53.

[4] Martí­, J. Kant y Spencer. O.C. T. 19 Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1954, p. 369.

[5]Martí­, J. Cuaderno No 2, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1965, p. 54.

[6]Martí­, J. Juicios. Filosofí­a. O. C. T. XIX. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964 , p. 364.

[7]Martí­, J. Juicios. Filosofí­a. O. C. T. XIX. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 364.

[8]Su concepción del hombre, el sentido de la vida y los valores que le sirven de cauces de realización humana. Logra en función del objetivo propuesto, "situar a Martí­ en su mundo, mostrando su mentalidad y eticismo, y las corrientes de cultura que alcanzó y reflejó". El autor devela los caracteres de cubanidad, americanidad, hispanidad y universalidad del Maestro, incluyendo la dimensión filosófica y sobre todo la axiologí­a que encauza su programa filosófico-pedagógico. Con gran maestrí­a Medardo Vitier descubre los temas esenciales, subalternos y ocasionales en la obra del apóstol.

[9]El sentido histórico-cultural -inmanente a su estilo- aflora espontáneamente en su aprehensión martiana. Sencillamente hay que ser sensible -y M. Vitier lo fue en grado sumo- para captar sensibilidad y ésta se percibe culturalmente

[10] Vitier, M. Valoraciones II. Universidad Central de Las Villas, 1961, p. 98.

No obstante eso, existen valiosos trabajos, que como ví­as de acceso y aproximación, constituyen una contribución a la solución del problema: De Jiménez-Grullón, J. La filosofí­a de José Martí­. Universidad Central de Las Villas, 1960; Jorrí­n, M. Martí­ y la filosofí­a, La Habana, 1951; Pinto Albiol, C. El pensamiento filosófico de José Martí­ y la Revolución Cubana, La Habana, 1940; Salomón, N. En torno al idealismo de José Martí­. Anuario CEM No. 1 La Habana, 1978; Toledo Sande L. Ideologí­a y práctica en José Martí­. Edit. C. Sociales, La Habana, 1982; Ronda, A. Esencia filosófica del pensamiento democrático-revolucionario de José Martí­. Anuario del CEM No. 3/1980; Pupo, R. Identidad y subjetividad humana en José Martí­. Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, 2004.; Humanismo y valores en José Martí­. Monografí­as. com ; y Aprehensión martiana en Juan Marinello. Edit. Academia. La Habana, 1998.

[11] Vitier, M. Martí­, estudio integral, La Habana, 1954, p. 281

[12] Ibí­dem, p. 318.

[13] Vitier, M. Valoraciones II. Edición citada, p. 99.

[14] Ibí­dem, p. 101.

[15]Tomo XIX p. 362.

[16] Martí­, J. El poema del Niágara, O.C. T. 7. Edit. Nal. de Cuba, La Habana, 1962, p. 232.

[17] Martí­, J. Cuadernos de Apuntes, O. C. T. 21 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, 1965, p. 54.

[18]Ibí­dem, p. 55.

[19]Martí­, J. Henry Ward Beecher, O. C. T. 13. Edit. Nal de Cuba, La Habana, 1964, p. 34.

[20] Ver Martí­, J. Libros, O. C. T. 18. Edit. Nal de Cuba, La Habana, 1964, pp. 290-291.

[21] Ibí­d. p. 765.

[22] Martí­, J. Juicios. Religión. Hombre del campo. Obras Completas. T. 19. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p.383.

[23] Martí­, J. Juicios. Filosofí­a. T. 19. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 361.

[24] Ibí­dem, p. 363.

[25] Ibí­dem, p. 363.

[26] Vitier, M. Valoraciones II. Edic. citada, p. 102.