11/May/2024
Editoriales

El chocolate lo envenenaba

Cuando leí que el papa Francisco abrió la posibilidad de retirarse por un asunto de salud, me preocupé y recordé que al principio de su papado se decía que lo querían envenenar.

 Desde luego que no sucedió, pero me acordé de la historia de un viajero inglés que era fraile, llamado Thomas Gage.

 Este señor vino a recorrer toda la República Mexicana de 1625 al año de 1637.

 En sus memorias, publicadas en 1648 en Londres, habla muy bonito de México, pero dice que la muerte del obispo de Chiapas, don Bernardino de Salazar fue en circunstancias muy extrañas, venenosas, digamos.

 A este fray Thomas Gage le encantaba la cocina mexicana, y de forma especial, el chocolate. Espumoso, calientito, en el que remojaba los dulces y los mazapanes todos los días que estuvo en tierras mexicanas.

 A media mañana se recetaba una taza de chocolate y si podía, dos, para tener energía; otra después de comida y otra más acompañada de pan a la media tarde.

 Sin embargo, desde que llegó a Chiapas no lo probó, dice en su libro, porque el obispo Bernardino de Salazar tuvo la ocurrencia de prohibirle a las damas de la alta sociedad chiapaneca que llevaran al templo un brasero, caldero y jícaras para prepararse su chocolatito entre rezo y rezo, debido a que hacían mucho barullo.

 No pasó mucho tiempo cuando el obispo apareció muerto en su despacho, y a sus pies estaba una taza rota de chocolate que alguien le había llevado a regalar para mostrarle su aprecio.