09/May/2024
Editoriales

La nostalgia del poder distorsiona lo sucedido

Es sabido que una vez fuera de la presidencia de México, el general Porfirio Díaz Mori zarpó rumbo a Europa el 31 de mayo de 1911 en el famoso barco Ipiranga. 

  Quien fuera presidente por tres largas décadas terminó su vida paradójicamente en Francia, país con el que luchó grandes batallas durante la 2ª Intervención que, dicho en términos menos elegantes pero más justos, durante la 2ª Invasión francesa, pues la llamada Guerra de los Pasteles también fue invasión.  

  Las primeras noches Don Porfirio no podía conciliar el sueño porque le asaltaban los recuerdos de los hechos en Ciudad Juárez, el pasado día 9 de mayo de 1911 que fue volado el polvorín del ejército obligando a que sus tropas se replegaran al cuartel general y terminaran rindiéndose el 10 de mayo concretándo la Toma de ciudad Juárez por los revolucionarios de Madero, que culminó en los Tratados de Juárez con su renuncia. 

 Cómo era posible que esa simple derrota le impidiera recordar y disfrutar de sus exitosas batallas como la del 2 de abril de 1867 en Puebla donde derrotó al ejército imperial y le dio acceso a la aureola de héroe de guerra, con su respectiva autoridad moral para gobernar por tanto tiempo. 

 Pero eso ya era historia. Francia lo recibió muy bien, y Porfirio Díaz no tenía muchas cosas que hacer más que leer, reflexionar y escribir acerca de lo que vivió en la Presidencia y lo que estaba sucediendo en el país, según le informaban por vía epistolar sus amigos.  

 La comunicación con ellos continuaba, y entre otras, llama la atención una carta que Don Porfirio le envió a su amigo Enrique Fernández Castelló. 

 En ella le decía que estaba arrepentido de haber dejado el camino libre a la revolución, pues según él, pudo haber derrotado a las huestes de Madero cuyas causas finalmente llevaron a los mexicanos a una “infelicidad nacional”. 

 La carta dice así: “En cuanto a las plagas que afligen al pobre México, nada de lo ocurrido hasta hoy es tan grave como lo pronosticado… ahora siento no haber reprimido la revolución, tenía yo armas y dinero; pero ese dinero y esas armas eran del Pueblo, y yo no quise pasar a la historia empleando el dinero y armas del Pueblo para contrariar su voluntad, con tanta más razón cuanto podía atribuirse a egoísmo, una suprema energía como la que otra vez apliqué a mejor causa, contra enemigo más potente y sin elementos. Digo que siento no haberlo hecho porque a la felicidad nacional debía sacrificar mi aspecto histórico”.

 

 La carta es mencionada por Rafael Tovar y de Teresa. El último brindis de Don Porfirio. 1910: Los festejos del Centenario. México, Taurus, 2010, p. 281