Estando de pie recargado en la barra de la única cantina del pueblo estaba Juancho, respetable y respetado vaquero local, bebiendo una cerveza fría ataviado con su característico sombrero tejano y sus horrendas botas vaqueras, heredadas de su tío Manuel que había muerto.
En la cantina había poca gente debido a que no era fin de semana, pero de pronto se le acercó un desconocido vestido en forma parecida a Juancho, sólo que sus botas eran casi nuevas.
Ese extraño sujeto tenía una conversación amena y pronto ganó la atención de Juancho, contándole de todo, cosas chicas, grandes, relevantes y muchos chismes.
Juancho no entendía por qué este tipo le estaba contando todas esas cosas, así que le paró en seco:
_Oiga amigo, yo a usted ni lo conozco y no entiendo a qué se deba que me esté contando todas esas cosas privadas ¿de qué se trata? Le preguntó al tiempo que acercó su mano a la pistola que siempre cargaba en su cinto.
_No se moleste, don Juancho, lo que pasa es que traigo una confusión, yo vi que su sombrero y su vestimenta que son iguales a la mía, y pensé que usted era yo.