Se trata de dos religiones que crecieron paralelamente entre los siglos III y VI. 

La primera -el Cristianismo- se extendió por los imperios romano y bizantino, mientras la segunda -el budismo- pasó de la India -donde nació- a Asia Central, China y Corea. 

Sería un despropósito afirmar que ambas religiones se sincretizaron, pero sí podemos asegurar que su desarrollo coincidió en el tiempo y en circunstancias políticas parecidas. 

El Cristianismo floreció mientras declinaba el Imperio romano. 

El Budismo se arraigó en China durante los cuatro siglos de confusión que siguieron a la desintegración de la dinastía Han en el siglo III, periodo en que fue fundido el Buda de bronce dorado. 

Ambas religiones fueron aceptadas por la fuerza espiritual que ofrecían en una época de caos; sin embargo, los resultados fueron diferentes. 

Cuando el Imperio romano se estabilizó, el Cristianismo se convirtió en la religión del Estado. 

Pero el Budismo se fundió con el taoísmo y el confucionismo y formó la compleja amalgama del pensamiento religioso chino. 

Hoy día, el Cristianismo con sus 2 mil 350 millones de creyentes es la religión con mayor número de seguidores y más distribuida en el planeta, mientras el budismo, con menos de 800 millones de creyentes está en el cuarto sitio.

Otras religiones -como el Islam- están en franco crecimiento, pero su área de influencia se circunscribe al mundo árabe, y su relación con el Cristianismo es más de origen histórico que de crecimiento paralelo. 

La razón de que el budismo-taoísmo chino tenga ahora ‘pocos’  creyentes -en relación a su demografía- es que su sistema político, de corte marxista, dice que pertenecer al partido comunista y ser religioso son condiciones incompatibles, mientras que el Islam es promovido por sus gobiernos.