09/May/2024
Editoriales

Una mujer con palabras de profeta

Cuando cumplí cincuenta años empecé a ver signos de cambio en mi cuerpo, y no para bien.

Subí de peso y mis reflejos mermaron, así como también advertí que aparecía un ligero desequilibrio cuando bajaba rápido las escaleras y más si lo hacía de dos escalones por cada paso, hazaña que antes para mi era común.

Un día, revisando mi cartera me di cuenta que la credencial de conductor estaba por vencerse, por lo que fui a renovarla al módulo de tránsito municipal que se ubicaba en Plaza Fiesta San Agustín, segundo piso. 

Luego de hacer fila un rato, pagué el costo de la licencia y esperé a que me llamaran para la obligada toma fotográfica.

La mujer que atendía esa ventanilla me llamó; desde que la vi se me hizo conocida, y más cuando me llamó por mi profesión, no por el nombre.

Entré a ese pequeño espacio en donde uno se está quieto para que le tomen la fotografía, y así sucedió.

Ella, en un tono muy amable, me dijo que esperara un rato para que me entregara la credencial, y me fui a sentar hasta que me llamó.

No pasaron más de veinte minutos cuando ya me la estaba entregando, lo cual agradecí con alguna frase rancia, y me despidió con un ‘saludos a su familia’. 

Al guardar la credencial, vi que la foto no me favorecía nadita, pues el rostro estaba como que hinchado, así que le dije medio en serio y medio en broma:

_Oiga señorita, ¿usted cree que esta fotografía me sirva para que me reconozcan de aquí a los tres años que vencerá la credencial?

Se dio cuenta que era una especie de reclamación y rápidamente me respondió.

_No se preocupe, ingeniero, dentro de tres años esa foto le parecerá buena.

Me reí porque no sabía que esa mujer era bruja… y sucedió tal como lo profetizó.