21/May/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Agosto 26 de 1899: nace en Oaxaca, Rufino Tamayo, quien sería un pintor excepcional. Tamayo es uno de los primeros latinoamericanos que alcanzó relieve internacional, autor de, entre muchas obras, El Monumento al Sol, frente al Palacio Municipal de Monterrey, inaugurado en 1980. Fue un zapoteca auténticamente universal, que junto a Frida Khalo y Diego Rivera, conforma la tríada de pintores mexicanos más conocidos en el orbe. Tamayo no sintió la necesidad de reivindicar a los indígenas, pues su triunfo era una demostración de cuán grande pueden serlo todos. Desarrolló el tema indio con estilo formal y abstracto, en donde la base fundamental es el color. De joven trabajó de auxiliar en un negocio vendiendo frutas, y con los años, ya en plenitud de su carrera, exhibiendo su obra en New York dijo que seguía vendiendo fruta, pero ahora pintada en un lienzo. Dio su importante primer paso a los dieciséis años al inscribirse en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, pero abandonó sus estudios por no estar de acuerdo con la férrea disciplina que había en esa institución. 

En su primera exposición, del año 1926, mostró una calidad excepcional, y al paso de unos cuantos años su estilo evolucionó vinculándose con el surrealismo. En sus obras Autorretrato en 1931 y el Barquillo de fresa, en 1938 así lo indican. Fue titular del departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología, en 1921, y luego de su exposición de 1926, se le abrieron las puertas en el Art Center de NY, y regresando en 1928 fue nombrado director del Departamento de Artes Plásticas de la SEP. Regresó a New York en 1938 para ser maestro en la Dalton School of Art, en donde estaría 20 años y cambiaría para mejorar su arte, perfeccionando la técnica apoyándose en las formas de la cultura prehispánica. Atendió varias solicitudes de murales, que contrastan con la obra de los grandes muralistas mexicanos, porque da autoridad al color frente al mensaje político. Desde luego que su fuerte era el caballete, en donde realizó verdaderos poemas plásticos, ya que no buscaba la popularidad sino la expresión de un zapoteca auténtico. A principios de los años cincuenta, la Bienal de Venecia instaló una isla a Tamayo, y obtuvo el Primer Premio de la bienal de Sao Pablo en 1953, junto al francés Alfred Mannesier. Así inició la mejor etapa de su vida con grandes satisfacciones internacionales, pues en Houston pintó su mural más grande, titulado América en 1956; luego de realizar el mural El Hombre, para el museo de Dallas. En 1958 realizó su mural Prometeo, en la biblioteca de la Universidad de Puerto Rico, para –un año después- recibir un homenaje de los ambientes artísticos y culturales europeos al develar el fresco para el Palacio de la Unesco, en París. Siempre se mantuvo como un hombre discreto y de pocas palabras; él se expresaba con el color, con todos los variables que uno pueda imaginar de los azules nocturnos, el impactante violeta, los espectros de naranja, los rosados, los verdes, y desde luego su rojo en las frutas como la sandía, son excepcionales. Su obra muralista culmina en El Día y La Noche, realizado en 1964 para el Museo Nacional de Antropología e Historia de México, recibiendo por ello y por toda su carrera, el Premio Nacional de Artes. Al inaugurar en 1974 el Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo en la ciudad de Oaxaca, con mil 300 piezas arqueológicas donadas por él, dijo unas palabras sencillas que le dieron más estatura, pues la oratoria entre más sencilla tiene mejor aceptación: Todo lo que soy se lo debo a mis raíces oaxaqueñas. Tamayo murió en la ciudad de México en 1991, y hoy conmemoramos el centésimo vigésimo cuarto aniversario de su nacimiento.