18/May/2024
Editoriales

Cuentete. La Emulsión de Scott

Cuando se es niño nada es imposible. 
Un perro que habla y lo defiende a uno de los demás canes y de los hombres, a 
mordidas. 
Con facilidad, cualquier chico puede encontrar la fórmula del elíxir de la 
juventud, luchar igual que El Santo, conquistar a la maestra más guapa o 
anotar un golazo de cabecita en un campeonato mundial de fútbol.
Desde luego que a esa edad también se inoculan miedos y fobias pueriles, así que esto que les voy a platicar no debe asombrarlos.


Una vez, cuando yo tenía alrededor de siete años, o sea a un paso de ser hombre, vaquero, campeón mundial de box, y novio de la miss universo del año, soñé que era el pescador que cargaba en mis espaldas el pescado de la Emulsión de Scott.
En la pesadilla, vestía de negro (yo, no el pescado) y me lastimaba la espalda porque el animal olía asquerosamente, así que con dificultad me empinaba para que estuviera lo más retirado posible de mi nariz.
Pesaba horrores, aún siento que me duele la cintura, pues en aquellos tiempos no creo que yo pesara 30 kilos, y ese pavoroso pez, el doble.
  
Así las cosas, en mi sueño aparecieron de pronto varios niños que me hacían ver lo malo que era el Director de mi escuela, pues a ellos nunca los ridiculizó como lo hizo conmigo un mal día, delante de Rosita, la niña que me gustaba.
Y eso que le contaron que tenían poderes para hacer hablar a los caballos y revivir toros descabellados en la plaza, así como a los gallos muertos en los palenques.
El Director sólo se les quedó viendo y sonrió.
En cambio a mi, una vez me hizo dar un paso al frente y sin decir más, me preguntó:
_A ver niño, si te tocas la cabeza y te duele, si te tocas un pie y te duele y si te tocas una oreja te duele ¿que enfermedad tienes?
No se, señor Director, le dije, no asistí a mi clase de biología.
_Muy mal, niño, dijo el Director, si tienes esos síntomas, es que tienes el dedo índice fracturado.
Todos se rieron, y eso no me importó, excepto que Rosita también rió.
La cuestión es que yo cargaba el odorífero pescado, rumbo a posar para el anuncio de la vomitiva Emulsión, cuando uno de esos lóbregos personajes disfrazado de niño intentó atravesárseme, desde luego que no lo permití, abriendo el tranco y para cuando reaccionó, el pez le quedaba en su cara.  
El tipo se molestó, y me amenazó, pero yo aguanto muchas cosas, hasta escuchar un discurso -breve-, de López Obrador.
Si, pero una amenaza no la soporto, así que me le fui encima, con todo y mi pestilente carga.
Empero, resulta que el personaje si tenía los poderes que presumía, y usándolos, hizo que el pez que yo cargaba (el de la etiqueta de la deliciosa Emulsión de Scott), reviviera.
El animal comenzó a moverse, y eso ya es otro nivel de impresión.
Indescriptible fue el terrorífico ¡aagh! salido de mi interior en forma de 
grito-pujido-estornudo y queja.
No podía ser cierto que el apestoso pez intentara comerme, si por lo general somos los niños los que comemos al pescado, no al revés.
El muy estúpido -en esta parte del sueño con tal frase pude referirme al pez o al tipo-, pensó que me tenía vencido, pero no sabía que el haber ingerido todas las noches, aderezada con lacrimógenos mocos, una cucharada sopera de Emulsión de Scott que me obsequiaba mi mamá, había transformádome en un Charles Atlas de siete años.
Rápidamente lo tomé del pescuezo (al animal, no al tipo que igual lo merecía) e ipso facto, con maniobra previa, le obligué a beber no una cucharada, sino toda la botella de tan prestigiada emulsión.
Con eso fue suficiente, el pescado se la pasó vomitando el resto del sueño, 
sintiéndose antropófago.
Luego les platico otros sueños.