En estos tiempos a donde quiera que vayamos nos encontraremos que la gran mayoría de las manufacturas que se ofertan en los mercados son de China o de La India. Pero esto no es ninguna novedad; a mediados del siglo diecisiete, sumando los productos de los talleres hindúes y chinos, eran más de la mitad de todas las manufacturas del mundo. Aquellos eran los tiempos de esplendor de estas dos culturas, y un botón es muestra suficiente, con la brutal historia del Taj Mahal. El emperador musulmán Shah Jahan construyó el Taj Mahal entre 1631 y 1648 a orillas del río Yamuna, para que su mujer Mumtaz Mahal, la preferida entre todas sus mujeres, tuviera casa en la muerte. Ella había fallecido al dar a luz a su décimo cuarta hija. El viudo decía que el edificio es sagrado y que se parece a ella, pues cambia igual que Mumatz cambiaba según la hora del día o de la noche.
Se construyó por 20 mil obreros en casi 20 años. Fue edificado de mármol blanco, arena roja, jade, y turquesa, materiales que con unos mil elefantes se trajeron de tierras lejanas. Todo esto se dice, o sea que es en gran medida una historia oral y que por lo mismo, no hay mucha documentación probatoria.
Sin embargo, entre los actuales hindúes hay quienes dicen que el Taj Mahal está hecho de aire, con una leve hermosura, y una blancura flotante. Tal vez esta reciente versión venga a raíz de que en el año 2000, un mago famoso de la India lo desapareció durante dos minutos, dejando a miles de asistentes a su demostración, boquiabiertos.
En la entrevista televisiva el mago declaró que este acto consistió en desvanecer un momento el histórico edificio, y de allí se asen -de asir, no de hacer- las legendarias versiones que comentan: Sí lo desvaneció, pero el aire lo devolvió, pues el Tal Mahal es de aire y lo cuidan tanto Mumtaz Mahal, como el emperador Jahan.