Espectáculos

Ariel de la Peña inmortaliza en bronce a grandes personajes

Pedro Infante, Germán Valdés "Tin Tan", José Alfredo Jiménez y el Papa Juan Pablo II, son algunas de sus obras

México - Grandes personajes de la historia y de todos los ámbitos, han sido inmortalizados en bronce por el escultor mexicano Ariel de la Peña, quien en casi 30 años de carrera suma cientos de piezas en su colección.

Famosos de la polí­tica, la cultura, el deporte, la literatura, lo social, la música y los espectáculos; vivos o muertos, han posado para el artista que desempeña con pasión y esmero uno de los oficios más antiguos en el mundo.

Los actores Pedro Infante y Germán Valdés "Tin Tan"; los compositores Manuel Esperón y José Alfredo Jiménez; el Papa Juan Pablo II, la cantante Marí­a de Lourdes, el ex presidente de México Benito Juárez y el polí­tico Luis Donaldo Colosio, son algunas de sus obras que lucen en varias regiones del paí­s.

Las más difí­ciles de elaborar son las de personajes ya fallecidos, sobre todo porque debe trabajar en medio de una situación difí­cil y triste para sus seres queridos que velan los restos en una capilla funeraria.

"Antes de que el cuerpo se descomponga, me acerco a él, y como si fuera un médico procedo a tomar la impresión de la parte del cuerpo que me haya sido solicitada. Lo hago con mucho respeto, pues considero que la conciencia aún está presente en la persona, aunque ya no me pueda responder", platicó Ariel de la Peña.

Estar frente a un cadáver le transmite paz o alegrí­a, como cuando retiró la mascarilla al luchador social Valentí­n Campa y los ojos se le abrieron. Al lado estaba su nieto tomando fotografí­as y Ariel le dijo: "se le encendieron las luces a tu abuelo", ante lo cual soltó tremenda carcajada y el momento se hizo menos tenso para ambos.

"A Carlos Fuentes le puse en sus manos una rosa a manera de pluma y su viuda Silvia Lemus se sorprendió y me dijo: 'ese no era su estilo', y entonces, me limité a sólo tomar sus manos en reposo".

El boxeador José Sulaimán; el ingeniero Alejo Peralta; el ex regente capitalino, Manuel Camacho Solí­s; el arquitecto Pedro Ramí­rez, la historietista Yolanda Vargas Dulché y los compositores ílvaro Carrillo, Jorge Mací­as y Tomás Méndez integran su registro de 30 personalidades de las que ha extraí­do su mascarilla mortuoria. De éste último, ha hecho tres (mascarilla mortuoria, dos bustos y dos de cuerpo entero).

"Algunos de ellos, como el hermano del polí­tico Marcelo Ebrard, me transmitieron mucho amor, mucha necesidad de un abrazo. Cuando se lo dije a su otro hermano, Eugenio, me respondió que en efecto, así­ era, una persona llena de amor", compartió a Notimex en entrevista.

Concebir una obra de arte no es tarea sencilla, asegura. Se requiere de mucho trabajo y paciencia para lograr una excelente precisión. Se exige cuidar hasta el más mí­nimo detalle en las lí­neas de expresión de un rostro a fin de que transmita vida, pese a estar plasmado sobre un metal, que es una alineación de llaves de cobre, fontanerí­a y demás.

Frente a un gran ventanal, rodeado de bustos, mascarillas, estatuas de cuerpo completo, manos de bronce o en plastilina; trofeos y diplomas, Ariel de la Peña se inspira en un pequeño taller instalado en un departamento de la colonia Doctores, en esta ciudad.

Es su templo de creación, su espacio de paz, su guarida de aciertos y errores que se diseñan mediante infinidad de herramientas y materiales que se extienden en su mesa de trabajo mientras Mahatma Gandhi atestigua cada trazo y cada cincelada desde lo alto de una repisa.

"Inmortalizar a alguien en bronce es una responsabilidad importante, pues hay personajes muy polémicos que la gente quiere, pero a otros no, y te arriesgas a que a una escultura le hagan vandalismo. No obstante, mi misión es enaltecer el valor humano y trascendente de nuestros personajes", resaltó.

Su gusto por la creación de figuras inició a la edad de siete años. Bastaba con tener un poco de plastilina para empezar a moldearla e igualar lo que habí­a a su alrededor. También aprovechaba los lápices y con la cuchilla de los sacapuntas, tallaba su madera para luego llenarla de rostros.

Sus primeros trabajos fueron el torero Luis Procuna, el ex presidente de México, Benito Juárez, y el mí­tico Jesucristo.

Aunque tomó algunos cursos de escultura, Ariel se define como autodidacta. En 1989 comenzó de manera profesional en el estudio del reconocido escultor Gabriel Ponzanelli, su cuñado. Labraba en mármol, madera y ayudaba en la transportación de las estatuas.

Ya con experiencia, en 1993 fue requerido por el Museo de Cera de la Ciudad de México para restaurar y reconstruir las figuras que se dañaron luego del incendio del 1 de julio de 1992. Algunas fueron las del cantante Emmanuel, la actriz Marí­a Rojo y el tenor Giuseppe di Stefano, por mencionar algunos.

"Fue mi academia de anatomí­a, en la que aprendí­ las herramientas básicas para el desarrollo de modelado en plastilina, como el compás, el sticker y ciertas medidas muy precisas a fin de desarrollar en poco tiempo el modelado de un rostro y cuerpo", contó.

Para crear la efigie, primero toma un registro. En la época del Renacimiento, éste era en yeso, pero en la actualidad se hace a base de caucho de silicón que logra captar todos los detalles para una copia óptima.

El siguiente paso es el modelado en plastilina popular y no tóxica, aunque a finales del siglo pasado, se formaba en barro. Ya después, se funde en bronce.

"La Diana Cazadora, creación de Juan Francisco Olaguí­bel, se hizo en barro y para mantener su flexibilidad durante el tiempo de elaboración, tení­an que ponerle mantas húmedas y ahora, mientras la plastilina no quede expuesta al sol, se puede mantener, rectificar un error y volverlo a reparar hasta quedar la forma que se quiera expresar".

Cuando la interpretación de una estatua se basa en una imagen fotográfica, es más sencillo trabajarla porque el artista se toma ciertas libertades, pero si es una mascarilla mortuoria, se requiere hacer un estudio cefalométrico preciso para medir la distancia entre los ojos o la sonrisa exacta.

Una escultura de cuerpo completo llega a venderla en 300 mil pesos, pues cada metro de altura equivale a 100 mil pesos.

Otras, las ha regalado como una de Yolanda Vargas Dulché, tan sólo por admiración a su obra literaria. Y unas más, están en resguardo, como el busto de Pedro Ferriz Santa Cruz. Aunque fue voluntad del periodista develar la escultura en bronce, el proyecto no se concretó ante la negativa de su hijo Pedro Ferriz de Con.

"Antes de morir, Ferriz Santa Cruz me dijo: 'a ver si estos canijos te la encargan', pero no fue así­ y ahí­ la tengo guardada", reveló.

Pedro Infante ha sido uno de los personajes más difí­ciles de interpretar, pues el escultor afirma que no existe una sola toma en la que el í­dolo esté de frente y de perfil con la misma expresión, pues era muy multifacético. De él ha hecho dos que están en el Museo de Cera y otra a bordo de su motocicleta de la pelí­cula "A toda máquina" (1951) que se hizo con motivo del 50 aniversario de su muerte.

Aproximadamente mes y medio le toma hacer un busto, pero en otros casos se ha llevado hasta un año, según el tamaño, la estructura y el peso.

"Antes de comenzar, me gusta estudiar al personaje, saber quién es, que ha hecho y comprenderlo, pues necesitas admirar a alguien para poderlo exteriorizar de la manera más adecuada".

Para que las estatuas de bronce se mantengan en buen estado durante cientos de años, se requiere una curadurí­a especial de limpieza luego de un recubrimiento a base de brea y calor, el mismo que se le pone a los barcos, pues la mayorí­a están expuestas a las inclemencias del tiempo.

Hace 10 años, De la Peña trabaja en la propuesta de colocar figuras representativas de México en el corredor de la calle Francisco I. Madero o 16 de Septiembre en el Centro Histórico de la ciudad, por lo que espera llegar a un acuerdo con las autoridades correspondientes.

También anhela develar la estatua que le hizo a Yolanda Montez "Tongolele", pero que sea al lado de la de Germán Valdés "Tin Tan" en la Zona Rosa de esta capital. Sin embargo, también se requiere de permisos.

Aunque el trabajo del escultor es bien pagado, dice, no es el mejor empleo.

"He sido bendecido con las obras que me encargan, pero también lo he padecido, pues no es fácil sobresalir. Alguna vez llegué a nueve meses sin entradas económicas y pensé en desertar para meterme a trabajar en otro oficio.

"Sin embargo, algo dentro de mí­ me dijo que siguiera adelante, y aquí­ estoy, en espera de crear una nueva obra de arte", concluyó.