_¿No supiste que murió Américo Villarreal? Me inquirió Carlos Martín del Castillo.
Quedé mudo por varios segundos -asimilando el golpe-, pues no esperaba tal noticia.
La velocidad del cerebro humano es enorme, y en ese breve lapso, el mío realizó un repaso a las vivencias más importantes entre Américo y yo.
Desde que en sus oficinas de la Subsecretaría de Infraestructura Hidráulica -dependencia en que devino la otrora Secretaría de Recursos Hidráulicos- nos conocimos, hasta cuando protestó como Gobernador tamaulipeco, meses después de entregarme la Presidencia de la Sociedad Mexicana de Ingenieros.
Recordé que siendo candidato, me acompañó a dos giras de campaña, una por el noroeste y otra por los estados del centro del país.
En las cenas con amigos, discutíamos su estrategia para que el Partido no volviera a hacerle la misma jugada que seis años antes, y consiguiera su postulación para la gubernatura.
Reñimos con lealtad cuando definí un auditorio grande para mi toma de protesta, en la que él haría también un discurso -su informe de presidente saliente-, que escucharían el presidente De la Madrid y Lugo Verduzco, pues él no quería arriesgarse a que hubiera butacas vacías en el evento.
Le recordé que quien tomaba protesta era yo, y que su posible candidatura era importante, pero secundaria para los efectos del evento… y aceptó que yo tenía razón.
¡Qué de recuerdos llenan nuestra vida!
_No. Le contesté a Carlos Martín del Castillo, intentando disimular mi pena.
_No supe nada, pues nadie me avisó, y no tenían porqué hacerlo; hacía años que no nos reuníamos; él en su querida Ciudad Victoria y yo zambullido en los intríngulis de mi Monterrey.
Ahora vuelve a gobernar Tamaulipas otro Américo Villarreal, su hijo, a quien le deseo lo mejor por el bien del estado y del país.