10/May/2024
Editoriales

La Carretera La Gloria – Colombia

Construir obra pública es una de las tareas más relevantes del gobierno; la expresión tangible de su ideario político y puede llegar a inmortalizar el nombre del gobernante. Porque la obra legislativa corre el riesgo de ser revocada y la modernidad siempre la rebasa, así como la obra social que se borra fácilmente de la memoria del pópulo.  

Por ejemplo, las Leyes de Reforma de Juárez -maravilla en su tiempo- ahora son grises pinceladas frente a la colorida modernidad. Algo parecido sucede con las políticas sociales que benefician a un grupo determinado durante cierto tiempo, como el reparto agrario de Cárdenas, que ahora nadie recuerda.

En cambio las obras públicas -avenidas amplias, o edificios de servicios-, en todas las culturas son siempre apreciadas, si resisten al paso y peso del tiempo. Así como la gran Pirámide de Guisa del faraón Keops; el Coliseo romano que 20 siglos después aún honra al emperador Flavio. O la red carretera de Estados Unidos, pese a que ha sido renovada por presidentes posteriores, se adjudica a Eisenhower, quien construyó pequeñas obras de interconexión entre las grandes carreteras existentes. 

La Macroplaza de Martínez Domínguez; el Metro de Jorge Treviño, el Museo de Historia Mexicana de Sócrates Rizzo, el Puente Atirantado de Canales, y el canal Santa Lucía de González Parás, son ejemplos de lo mencionado. Pocos recuerdan las obras legislativas de estos gobernantes aunque en su momento hubieran sido importantes, pero ya fueron rebasadas por las novedades actuales.

Sin embargo, también hay obras públicas mal proyectadas o mal construidas que desprestigian a quien las ordenó y eso también perdura. En Perú 1986, el presidente Fujimori inició el Tren Eléctrico / Metro de Lima, cuyo proyecto era un fraude y, cuando se demostró, se suspendió la obra. El siguiente presidente intentó operar un tramo pero no funcionó, y hasta que llegó Alan García a demolerlo se pudo volver a construir, y Fujimori tuvo un feo final.

En México está de moda desprestigiar a las obras públicas para que sus constructores se desprestigien. El caso del AIM es ilustrativo; el presidente dijo que cancelaría la obra de su antecesor porque había muchos robos y era un fraude. Así lo hizo, pero ya pasaron tres años y nadie está acusado de fraude y mucho menos en la cárcel.

En su lugar se construye el aeropuerto Felipe Ángeles que está siendo cuestionado, por lo que de ser cierto que tiene todas las fallas que dicen, el presidente López Obrador tendrá un deplorable lugar en la historia nacional.

Así que vale recomendar al gobernador Samuel García que la recién iniciada carretera La Gloria a Colombia esté bien revisada, lo que parecería lógico, pues esa obra la han anunciado al menos dos gobernadores anteriores. Es decir, que el proyecto debe estar bien estudiado; sin embargo, las prisas en esta materia no son buenas consejeras. La obra pública tiene alta rentabilidad electoral, pero si llega a causar deshonra, más valiera no haberla hecho.