27/Apr/2024
Editoriales

Cuentete. Los enemigos de la secundaria

 

Entre los asistentes a la final del certamen de oratoria, están dos compañeros de la escuela secundaria de Damián.

 Se sientan juntos para criticar las fallas que seguramente cometerá su compañero, pues era imposible que ganara; cuando estudiaban juntos en “la Secu”, batallaba para expresarse, y ahora increíblemente está en la final estatal de oratoria.

 Cuando le toca el turno de participar a Damián, ambos dejan de cuchichear para no perderse ningún detalle de su actuación. No parecía el mismo de antaño, su traje negro mate era de lana fina y la caída, así como su textura, evidenciaban alguna mezcla con seda.

 Camisa blanca con rayas grises, de cuello blanco impecable, aunque de modelo un poco pasado, pues traía aún botones en los vértices. Lo que más les impresiona es su talante, mirada penetrante y segura, recorriendo a los de primera fila, y la seguridad de su voz, que deja ver una gran confianza en sí mismo.

 

—Ensayó muchas horas en el espejo, murmura Luis.

 

—Además tomó clases de oratoria, agrega bajito Martín.

 

Ambos se percataron de que en primera fila no están los padres de Damián, pero destaca al centro la presencia de una muchacha vestida con elegancia y de no malos bigotes que lo devora con la mirada.

 Pronuncia un discurso largo, lleva más de diez minutos hablando sin titubear ni leer nada, todo de memoria. Impone silencio en la sala; todo mundo está atento a Damián, y comprenden por qué los había invitado, pues en tiempos idos, los tres competían por el liderazgo del salón de clases.

 En aquel tiempo Luis y Martín se asociaron para hacerlo chiquito, pensando que sería suficiente para que no desarrollara igual que ellos, pero esta sorpresa del concurso de oratoria no la esperaban.

 Aquel Damián que conocieron, no era ni por asomo el mismo que hoy capta la atención de tanta gente. Y lo más envidiable es que la muchacha sigue embobada viéndolo y escuchándolo.

 Martín intuye que debe hacer algo, so pena de que su ex compañero gane el certamen, pues aun sin escuchar las otras participaciones, la suya es excelente.

 Se transporta a los tiempos de “la Secu” cuando en el salón era el más ocurrente y sus puntadas hacían reír a todos; algunas veces hasta los maestros batallaban para ocultar una sonrisa de festejo a su agudeza.

 Y así, sin decirle nada a Luis, habla en voz alta para que todos escuchen:

—¿En serio?, precisamente cuando el orador describía un complicado concepto de heroísmo del personaje central de su discurso.

 Lo menos que esperaba Martín, era que hubiese algún barullo, pues normalmente el salón se carcajeaba con ese tipo de intervenciones. Sin embargo, ahora nadie dice nada, y se siente incómodo. El orador sigue inmutable con su participación.

 Luis mismo lo calla, pero se siente comprometido a apoyarlo; son socios en casi todo.

Así que éste deja pasar dos minutos, y dice con voz fuerte:

 

—¿Cuánto tiempo más va a hablar?

 

 Nadie comenta nada, pero sus palabras coinciden con un silencio planeado en la pieza oratoria y todos, incluyéndolo, escuchan. Y esto sí hace mella en Damián, quien instintivamente voltea a ver su reloj, desconcentrándose.

 No recuerda muy bien qué frase sigue y se pone nervioso.

 Levanta las manos al cielo para, en estudiado ademán, rematar el discurso, improvisando, y se cuestiona qué debe hacer al término.

Esa parte no la ensayó, cómo pudo olvidársele; duda si debía doblarse como los actores, o sólo decir gracias, o alzar la voz en la última palabra.

 Llega el final y presa del pánico, suplica un aplauso.

—Gracias, apláudanme por favor, dice titubeante.

 Algunos lo hacen, pero otros no entienden sus últimas palabras y comentan entre sí que estuvo raro el final.

Sólo dos asistentes del público disfrutaron el defecto retórico.

 Y la muchacha enjuga dos lágrimas que como cristales recorren sus mejillas.