Editoriales

El mar de Aral

Ya nada sorprende al cibernauta. Sólo si se trata de tragedias, le pone atención; un tipo que desde su habitación de un lujoso casino en Las Vegas dispara a una multitud matando a un centenar de inocentes; o un terrorista que conduce un raudo vehículo que atropella y mata con alevosía a ochenta personas en Niza, u otro orate que hace lo mismo en Barcelona matando a trece más. Sin embargo, hay otras tragedias que, por no derramar sangre, ni ser acusaciones de homosexualidad a algún actor famoso, acaso se registran en la televisión local, pero el mundo sigue sordo su marcha indolente. 

Tal es el caso del mar de Aral, uno de los cuatro lagos más grandes del mundo que por su tamaño de ¡68 mil kilómetros cuadrados! se le llama mar. Técnicamente le clasifican como un mar endorreico, que significa mar interior. Pero hoy día queda casi el puro recuerdo de aquel inmenso caudal hídrico. Entre Kasajistán y Uzbekistán, tiene ahora sólo un 8% del agua que tenía, pero eso sí, está bien envenenada con basuras industriales y residuos de fertilizantes químicos. Estas dos naciones formaban parte de la URSS que en 1990 se desintegró, y Rusia, que treinta años antes había manipulado con obras de ingeniería el cauce de los ríos Amu Daria y Sir daría, al derrumbarse la cortina de hierro, se desentendió del desvío de aguas para los cultivos de algodón en ambos países noveles. Y tanto Kazajistán como Uzbekistán tienen problemas políticos con Kirguizistán y Tayikistán, otras repúblicas del mismo origen, pero de donde fluyen los ríos que aportaban sus aguas para mantener vivo al mar de Aral, y simplemente ya no permiten llegar el preciado líquido a esa cuenca hidráulica. Los mejores testigos de esta tragedia son mudos: algunos barcos pesqueros abandonados que están enterrados en las contaminadas tierras esterilizadas por la sal del agua que antes de la contaminación era dulce. Y de los peces que abundaban en ese mar, ahora están… fotografiados en el archivo histórico de Uzbekistán.