20/Apr/2024
Editoriales

Esa maravilla llamada jabón

La primera recomendación médica para evitar el contagio de las modernas pestes mortíferas es lavarse las manos cuantas veces sea posible con agua y jabón. No en balde decía el gran médico romano Galeno, autor del famoso Methodo mendendi, que la principal fuente de enfermedades es la suciedad.

Existen otras medidas higiénicas también efectivas pero son muy caras. 

El jabón, además de su utilidad higiénica proporciona una sensación de pureza en el cuerpo y en los utensilios de cocina debido en buena medida a las agradables fragancias que actualmente contiene.

Como suele suceder en los avances de la humanidad, para desarrollar el jabón varios personajes aportaron elementos para abaratarlo y democratizarlo. 

Inició su proceso moderno hasta el siglo VII, en las ciudades de Marsella, Toledo y Génova, pero se trataba de un artículo caro y por supuesto de lujo, que se hacía con cenizas de algas marinas y potasa, cuyo precio era alto al ser materiales escasos. Los celtas enseñaron a los romanos el uso del jabón, tal vez eso Plinio el Viejo, escritor latino del siglo I, escribió en su Historia Natural “saipo”, un término galo del cual proviene la palabra jabón. 

A finales del siglo XVIII Nicolás Leblanc descubrió en Francia cómo obtener sosa del carbón con sal común, tiza y sal de Glauber, abaratando su fabricación, pues los demás elementos - sal y ácido sulfúrico- eran abundantes. 

Ya entrado el siglo XIX, el francés Michel Eugène Chevreul aportó la oleína, fabricando jabón a partir de sebo vacuno a altas temperaturas mediante lejía de sosa, obteniendo una cola de jabón que podía secarse con sal común.

Sin embargo, el golpe abaratador se dio cuando el belga Ernest Solvay pudo fabricar sosa en escala industrial añadiendo amoníaco y dióxido de carbono a una disolución de sal marina. 

Y en 1903 el alemán Adoph Klumpp creó la pastilla de jabón actual con una prensa refrigerada, facilitando su fabricación en porciones manuales, y permitiendo ponerle a cada pastilla, su marca o sello tal como hoy día lo adquirimos en el súper mercado. 

Ya lo que siguió es la tecnología para incrementar el volumen de fabricación, pues el proceso Klumpp que tardaba casi un mes, ahora se hace en 15 minutos, y se pudo fabricar jabón de polvo, gracias a los alemanes Geisler y Bauer, que sentaron bases para que en 1906 la empresa alemana Henkel sacara al mercado su producto Persil, el primer jabón en polvo. 

Cabe señalar que no pocos estudiosos toman en cuenta para medir el grado de avance de un país, su consumo per cápita de jabón.

Entre 1890 y 1900, durante el despegue industrial de Monterrey, se instaló la Fábrica de Jabón La Reinera, al tiempo que nacía la Jabonera La Esperanza en Gómez Palacio, Durango.

Recuerdo que el jabón Mariposa, de La Reinera, era de uso casi obligatorio en los talladores de las casas  en Monterrey, pues se trataba de un jabón industrial económico que permitía lavar la ropa del diario, puesto que el jabón en polvo no hacía presencia masiva aún hasta la década de los años sesenta.  

Luego llegaron las lavadoras eléctricas y se fabricó jabón especial, así como para las lavavajillas. 

Bendito jabón oloroso a frutas, flores y a perfumes caros.