09/May/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Septiembre 25 de 1847: El general Antonio López de Santa Anna, en plena guerra de invasión, ingresó con sus tropas a Puebla, y exigió la rendición de Thomas Childs, encargado de la ciudad a nombre del general Winfield Scott. Se rompieron hostilidades, pero hubo una especie de empate entrambos combatientes. Para el 27 de septiembre, el gobierno mexicano se trasladaba de la ciudad de México a Toluca, y el presidente Manuel de la Peña y Peña convocó a todos los gobernadores y a los diputados a reunirse en Querétaro, el día 12 de octubre.

Peña había asumido la Presidencia de la República el 16 de septiembre anterior debido a que Antonio López de Santa Anna renunció en esa misma fecha, no sin antes hacer –el 15 de septiembre- un extrañamiento a los miembros del Ayuntamiento de la Ciudad de México y ordenar su disolución. Lo hizo porque el día anterior, el Ayuntamiento había ofrecido la capitulación al invasor, pero el general Scott –por congruencia y perversidad- no la aceptó, pues había criticado fuerte a Zachary Taylor cuando aceptó la capitulación del general Ampudia en Monterrey. El invasor ya en ese momento, estaba en plena calle de Tacubaya, y los capitalinos no podían creer que en Palacio Nacional se izara la bandera de las barras y las estrellas en vez de nuestro Lábaro Patrio. Fue por esa razón que del 14 al 16 de septiembre hubo disturbios en la Ciudad con agresiones al ejército invasor de parte de la población. Scott -militar duro y orgulloso- aprehendió y fusiló a varios vecinos que protestaban, para bajar la presión de la sociedad en contra de sus tropas.

El 14 de septiembre, un día después de la toma del Castillo de Chapultepec, mientras las tropas nacionales se dirigieron a Guadalupe Hidalgo para reunirse con la caballería de Juan Álvarez, y ponerse a las órdenes del general Lombardini, una muchedumbre saqueó el Palacio Nacional, y es cuando el Ayuntamiento hizo su propuesta de rendición. Hay autores que interpretan este saqueo como un acto desesperado para que los invasores no se llevaran las joyas artísticas y mobiliarias que tenía el Palacio Nacional. Pero otros son más crudos y lo interpretan como una muestra de la cultura mexicana, de saquear cuando hay oportunidad. La Capital Mexicana capituló y nos rendimos incondicionalmente firmando el ominoso tratado Guadalupe Hidalgo, que entregaba la mitad del territorio nacional.