Septiembre 23 de 1846: desde temprano podía sentirse la tragedia en Monterrey. En varios frentes se le había dejado el control a los invasores norteamericanos comandados por Zachary Taylor. El defensor Pedro de Ampudia había dado instrucciones a todas las fuerzas mexicanas de replegarse al centro de la ciudad, lo cual disgustó a los regiomontanos pues veían pasar por sus casas sólo a soldados norteamericanos. Todos estaban convencidos que se jugaban la última carta, los invasores sabían que no podrían soportar una pelea larga pues el pueblo comenzaba a atacarlos con lo que pudiera; los defensores tenían un solo reducto y la lucha era casa por casa y los invasores iban avanzando lentos pero seguros. Una parte del combate se volvió “aéreo” pues los invasores veían a los mexicanos disparándoles de arriba de las azoteas de las casas cercanas a la Catedral e hicieron lo mismo. Se disparaban franco tiradores de un bando en contra de franco tiradores del otro. Worth atacaba con mortero desde el poniente de la Ciudad. La zona centro de Monterrey, alrededor de la Plaza principal, el palacio municipal y Catedral, era el objetivo de los estadounidenses, por lo que en cada cuadra había enfrentamientos de soldados contra soldados y civiles contra invasores. Del cerro del Obispado bajaron los soldados de Worth, mientras que Quitman avanzaba con sus hombres rumbo a la Catedral. La estrategia de los invasores era horadar las paredes de las casas del actual Barrio Antiguo, para no ser víctimas de los disparos mexicanos. A media mañana se registra que la heroína Josefa Zozaya entró en acción arengando a los mexicanos y absateciéndolos de municiones, invitándolos a subirse a la azotea de su casa desde donde hubo muchos disparos en contra de los norteamericanos. Worth instruyó a sus tropas que instalaran artillería pesada para bombardear la zona de conflicto, que era el último reducto de los mexicanos. Y esos equipos norteamericanos estuvieron toda la noche disparando por lo que los regiomontanos no durmieron pensando cómo terminarían al final, presentían que los invasores se saldrían con la suya, pero quedaba una esperanza cuando se escuchaban también metrallas nacionales en todo su estruendo desde las inmediaciones de la Catedral. El final estaba cerca…
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