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En un pequeño pueblo llamado Jedwabne, al sur de Varsovia, el 10 de julio de 1941, fueron asesinados mil 683 judíos. Los arrastraron hasta la plaza y metieron a un granero, donde fueron incinerados vivos. Como los niños y los ancianos no podían caminar hasta el granero, los arrojaron por la fuerza. En Jedwabne se colocó una placa que decía: “Lugar de martirio para el pueblo judío. La Gestapo y la Gendarmería de Hitler quemaron vivas a mil 600 personas”.
Sin embargo, una investigación histórica terminada sesenta años después de la masacre, dejó al descubierto la verdad: los masacraron los propios vecinos del pueblo, quienes habían convivido en paz durante siglos.
La mitad de los vecinos del pueblo asesinó a la otra mitad, que era judía. Esto evidenció feo a Polonia, pues hubo polacos que mataron judíos con tanta saña como lo hicieron los nazis.