06/Jul/2024
Editoriales

La agilidad mental

Las personas de mente rápida son geniales. Admiro a los polemistas y a los comediantes que enfrentan directamente al público, porque deben pensar rápido y mostrar mayor ingenio que su inquisidor. 

En el año de 1968 ya estaba cerca de terminar mis estudios de Ingeniero Civil y como otros estudiantes, yo trabajaba para aprender a aplicar lo estudiado. Luego de laborar en Semex, conseguí empleo en la Constructora Marroquín Toba y cierto día, luego de que visitara el ingeniero Ernesto Marroquín Toba un par de obras que yo supervisaba, me invitó a comer al Club del Pájaro, un simpático ‘club de llave’ por la calle de Padre Mier al oriente. 

No me hice del rogar porque los ‘estudiambres’ siempre buscan la forma de ahorrar parte de lo que ganan entre semana para gastarlo el domingo con los amigos y la novia.

Ya en el Club, mientras nos servían los platillos que ordenamos, se acercó a la mesa -sin invitación de Don Ernesto- un tipo risueño de cierta edad que bebía y hablaba muy rápido.

Noté que el gesto del Ingeniero se endureció, pero no estaba yo en condición de preguntarle por que el tipo, cuyo nombre no recuerdo, que sonaba a gringo, se sentó en la silla de en medio de la mesa para cuatro, que nos habían asignado.

Varias veces se dirigió a mí, haciéndome preguntas bobas. La primera vez volteé a ver a Marroquín Toba y me dijo con la mirada que le contestara, así lo hice y de esas veces que anda uno inspirado, lo hice muy bien.

Luego volvió a hablar como retándome, y ya sin ver al Ingeniero que seguía serio, le repliqué algo que el tipo había dicho, y sentí por su reacción que le había impresionado, pues yo era muy joven pero, repito, andaba inspirado.

En eso llegó un amigo del Ingeniero que se llamaba Plácido González Dávila, un hombre muy alto y célebre por su agilidad mental y buen humor. 

_¿Quihubo Marrocas?, hace mucho que no venías al Club, le dijo Plácido al Ingeniero, y a mí, que ya me conocía, me saludó bien.

Sin embargo, se dirigió al otro y le inquirió.

_Hola James (u otro nombre de esa índole) ¿qué haces aquí? 

La respuesta del tal James fue en tono muy meloso, como queriendo quedar bien con todos: _Aquí, aprendiendo, sentado entre la experiencia y el talento, refiriéndose al Ingeniero y a mí.

_Ya veo, dijo Plácido, lástima que tú no tengas ninguna de esas dos cosas.

La carcajada del ingeniero Marroquín Toba se escuchó en todo el bar, por lo que voltearon a vernos varios parroquianos.