11/May/2024
Editoriales

El baile de los científicos

El químico alemán Justus von Liebig fue el más célebre químico de su tiempo. En 1852 fue contratado para que apoyara a la comercialización de la cerveza, pues un rumor decía que a la cerveza rubia producida por las dos principales cervecerías en Burton-on-Trent, Allsopp’s y Bass, se le añadía estricnina para aumentar su amargor. Los químicos más respetados en ese momento eran Thomas Graham y August Wilhelm von Hoffman, quien había sido discípulo de Liebig. Graham y Hoffman habían concluido su estudio del caso diciendo que la cerveza era inocua, pero recomendaron que para que su pronunciamiento tuviera más peso debería confirmarlo el maestro Leibig (se sospecha que lo hicieron para ayudar a su antiguo maestro que no las traía todas consigo). Al planteárselo a Leibig, de inmediato aceptó la nada desdeñable cantidad de cien libras por publicar una exagerada carta abierta desmintiendo el rumor, misma que inmediatamente apareció en vallas publicitarias y en los periódicos. Pero este cuestionable acto fue llevado a la Academia de Ciencias y fue al histórico químico Gay-Lussac a quien le tocó presentar un escrito contra Liebig, pero estando presente en la reunión el famoso investigador Alexander von Humboldt, que se encontraba resentido con Gay-Lussac porque había hecho una espectacular ascensión en globo hasta una altura récord de ocho mil metros, destrozando el récord de Humboldt en el Monte Chimborazo, intervino en favor de Leibig sin estar contemplada su participación. Una vez desahogados los oradores en contra y a favor, Leibig pronunció su discurso de defensa. Les contó que cuarenta años antes había vivido los mejores años de su vida. Porque por largo tiempo trabajó en los laboratorios de Gay-Lussac, y cada vez que terminaban un trabajo exitoso, su patrón (Gay-Lussac) le decía: “Ahora debes bailar conmigo como hacíamos Louis Thénard y yo cuando descubríamos algo nuevo”; y bailábamos. Esto determinó el fallo en favor de Leibig, pues su defensa ya no era necesaria debido a que había dado a entender que entre los científicos también hay deslealtades. Y la concurrencia aplaudió de pie. 

 

Justus von Leibig: The chemical Gatekeeper, de William H. Bork, Cambridge University Press, Cambridge, 1997