
El miércoles 15, el diario londinense The Guardian sacó un artículo para promover un libro sobre el espía británico Christopher Steele, en el cual lo más destacado es que abre nuevos ángulos sobre las fuentes y el financiamiento del expediente marrullero que escribió Steele (pagado por el Comité Nacional Demócrata y la campaña de Hillary Clinton) así como sus propósitos geopolíticos. El autor del libro es un corresponsal del diario, Luke Harding, que más bien parece un agente del MI6 encubierto como periodista. Tiene una visión violentamente contra Putin y contra Rusia, y de hecho fue expulsado de Rusia en medio de un escándalo. Este mismo diario británico, Guardian, ya había precisado que los británicos eran los patrocinadores del golpe de Estado contra el Presidente Trump, cuando se jactaron de que el GCHQ (órgano británico de espionaje de seguridad nacional) había estado vigilando a Trump desde el 2013.
En el expediente sobre Mueller publicado por EIR, se indica que el golpe contra Donald Trump comenzó en 2014 con la operación de “cambio de régimen” en Ucrania, conducido por los británicos y el gobierno de Obama. La operación en Ucrania se proponía que fuese el primer paso en un plan para derrocar a Putin y regresar a Rusia a la condición que tenía en la década de 1990, cuando fue saqueado hasta los huesos por la casta financiera occidental que ahora está en quiebra. No es accidental que el despliegue de Christopher Steele a Rusia haya empezado en 1990.
El artículo del Guardian viene a confirmar ahora el informe de EIR sobre las raíces del golpe en marcha. Según el artículo del diario de marras, la credibilidad de Steele en Washington, DC, se basa en lo siguiente:
“Entre 2014 y 2016, Steele escribió más de cien informes sobre Rusia y Ucrania, que le fueron comisionados por clientes privados pero que fueron compartidos ampliamente con el Departamento de Estado y pasaron por los escritorios del Secretario de Estado, John Kerry, y de su secretaria asistente, Victoria Nuland, quien dirigió la respuesta estadounidense a la anexión de Crimea y a la invasión encubierta de Ucrania oriental. Las fuentes de esos informes fueron las mismas fuentes que cita en el expediente sobre Trump”.
La revista dominical del periódico Politico de Washington, DC, fechado el 15 de noviembre, le da más cuerpo al cuadro anterior. Ahí hace un recuento de cómo, un mes después del referéndum en Crimea y subsecuente anexión en 2014, el subsecretario de Estado para la Diplomacia Pública y Asuntos Públicos, Rick Stengel, recibió una llamada histérica totalmente inesperada, de la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton. Clinton andaba despotricando sobre las nuevas técnicas de propaganda rusa y desinformación.
“Tienes que verificar los hechos de lo que dicen y denunciar la desinformación rusa en tiempo real”, le ladró Clinton a Stengel. “El Departamento de Estado nomás emite boletines de prensa mientras que Putin está rescribiendo la historia”.
De ese modo, la casta dominante en ese momento le echó la culpa a la propaganda rusa por el hecho de que los ucranianos del este no aceptaron la operación de cambio de régimen alimentada por los medios sociales occidentales y ejecutado por los neonazis de Ucrania. Conciente del hecho, Putin simplemente los flanqueó de inmediato. Es bien sabido que la campaña de Clinton y el Comité Nacional Demócrata colaboró con la inteligencia ucraniana para crear la propaganda contra Trump. Cabe preguntarse ahora si los bien conocidos financistas ucranianos ligados a Clinton, como Victor Pinchuk, también pagaron a Steele por el expediente contra Trump.
Todo eso va a tener que salir a relucir en algún momento, y tiene que ser más temprano que tarde.